El 2 de enero de 1492 los reyes católicos, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla provenientes del campamento de Santa Fe, entran por las puertas de la Alhambra, un complejo palaciego al sur de España en la ciudad de Granada, último bastión de los musulmanes que vivieron allí por mas de siete siglos. Entre vítores y cantos, celebran la expulsión del último pueblo musulmán liderado por Boabdil, sultán del reino Nazarí granadino.
Las crónicas de la ciudad cuentan que los reyes estaban fascinados por el arte de la yesería, alicatados y patios interiores del complejo palaciego los cuales motivaron a dejar intacto, conservando su construcción defensiva, sus acueductos, sus espacios habitacionales e inclusive las torres de las mezquitas que pasarían del canto del muecín al llamado de las campanas. Hoy en día podemos observar este alcázar convertido en museo con mas de dos millones de visitas anuales lo que significa un ingreso importantísimo al sector turístico no solo de la ciudad de Granada sino para el país.
De la misma manera la basílica de Santa Sofía construida en el siglo VI en Constantinopla o lo que hoy conocemos como Estambul, pasaría a ser una mezquita, luego un museo y ahora de nuevo una mezquita visitable, quedando intacta su construcción al pasar del los años.
En ambos casos vemos como desde el punto de vista económico, para un gobernante cuando conquista una cultura, no se le justifica demoler, acabar o destruir el emporio conquistado pues de alguna u otra manera financieramente vale más reconstruir que adoptar, adaptar y/o modificar.
Un ejemplo de lo anterior es lo que pasa con las guerras del hemisferio norte donde por motivos sociopolíticos, económicos y religiosos se están destruyendo ciudades milenarias, por cuestiones humanas que son ajenas a la arqueología e historia.
Al mundo, a los buenos y a los malos, a los aliados, a los sometidos y a los que conquistan, les tocara reconstruir los territorios con un plan ‘Marshall’ que es ahí donde comienzan los intereses económicos futuros. De la misma manera pasa con las instituciones y gremios de los gobiernos y el estado. Cuando se quieren destruir las instituciones, cuando se quieren acabar las relaciones gremiales, cuando se ataca a la población con palabras, con corrupción y hasta con promesas no cumplidas, se acaba con la historia que ya nos ha demostrado el valor invisible que cuesta volver a comenzar.
Desconocer los avances de antiguos gobiernos por terquedades personales en vez de complementar o preservar lo bueno, generará más pobreza, más hambre, menos inversión, más polarización y sobre todo menos oportunidades. Hay que adaptarse económicamente para que la economía no pierda.
Deberíamos leer y entender más la historia para que como dicen: no volvamos a cometer el mismo error dos veces.
LUIS FELIPE CHÁVEZ GIRALDO
Historiador.