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Cristina Vélez

Abierto o cerrado

En el peor escenario posible, el patriotismo y el globalismo pueden llegar a reemplazar otras categorías en la identificación política.

Cristina Vélez
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Cristina Vélez

Después del final de la Guerra Fría, trascendimos de la bipolaridad a la multipolaridad. En el proceso, las categorías de izquierda y derecha han mutado y nos encontramos con un mundo que oscila entre conservatismo y progresismo y entre la libertad y la autoridad, como lo plantea Blair en la introducción de su autobiografía publicada en 2009 y como lo vemos los internautas cada vez que buscamos nuestra posición en el compás político (la mía: abajo en el centro). Toda esta transición sucedía en la medida en que se menguaba la promesa de redención de las democracias liberales.

Sin embargo, también como lo plantea Blair, hay una nueva categoría que permite entender las decisiones de los poderosos: los que optan por una mirada abierta del mundo y los que se inclinan a una perspectiva cerrada. En otras palabras, los que creen que las soluciones a sus problemas vienen de la cooperación y de entender la interconexión global, y los que están convencidos de que se encuentran fronteras adentro. En este orden de ideas, Milei, Bukele y AMLO y sus referentes globales, terminan teniendo mucho más en común que el populismo.

Si bien el concepto de sistemas abiertos y cerrados se ha aplicado como una categoría de análisis para entender organizaciones y para hablar de política, hasta hace muy poco no era una categoría de autoidentificación, o por lo menos, se trataba de una postura vergonzante que se discute de puertas para adentro. Los antecedentes de estos anti globalistas patriotas están seguramente en los cruzados altermundistas de principios de siglo como José Bové que, con su bigote al estilo Asterix, clamaba por una “Francia para los franceses” y se oponía a la Unión Europea, a la OTAN, a la Organización Mundial de Comercio y a organización que representara más de dos banderas.

Hoy, sin embargo, la categoría de patriota en oposición a globalista se está convirtiendo en una postura política pública con sus propios héroes, fuentes, recursos y con un relato estructurado, aunque basado en falacias, sobre la realidad.

Los patriotas antiglobalistas hablan el mismo idioma en varias lenguas y repiten las mismas historias sobre la fatalidad que supone la Agenda 2030, la maldad intrínseca de Soros y la OSF y se rasgan las vestiduras sobre supuestas agendas de adoctrinamiento.

Las dos grandes ironías de este movimiento es que, por un lado, se trata de una tendencia global y por otra, que los referentes mundiales de este movimiento se han beneficiado personal y políticamente de la globalización. Trump está a punto de inaugurar una enorme torre en Arabia Saudita; Putin ha reconstruido su capital político local con la invasión de Ucrania, y Jiping sigue de compras en África y América Latina.

En el peor escenario posible, el patriotismo y el globalismo pueden llegar a reemplazar otras categorías en la identificación política, como si el cambio climático o una guerra atómica respetara las fronteras políticas que en el marco de la historia de la humanidad, siguen en pañales. 

CRISTINA VÉLEZ VALENCIA
Decana Escuela de Administración, Universidad Eafit.

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