Cada vez que miro series de tiempo buscando explicaciones a fenómenos históricos, la voz de Carlo Cipolla retumba en mi cabeza. En el primer ensayo de Allegro ma non troppo, Cipolla satiriza la cliometría, esa ciencia de buscar números del pasado, estimando cosas como el crecimiento económico, el tamaño de la población y el volumen del intercambio comercial. En una memorable tabla, en la que estima el tamaño de la población entre el año 1000 y el 1300 en millones de personas para estudiar el efecto de las especies, y específicamente de la pimienta en el crecimiento de la población mundial, aclara en un pie de página que “los únicos números confiables de esta tabla son las fechas”.
La hipótesis que propone Cipolla, burlándose de los historiadores económicos, es que la relación entre las especies y el crecimiento tiene que ver con el efecto afrodisíaco de la pimienta. Para que dimensionen el impacto que este libro tuvo en mí, el ensayo que le sigue es un tratado sobre la estupidez humana en el que sentencia las cinco reglas de ésta. Spolier: no salimos bien librados.
Ahora, hay momentos en los que es necesario revisar cifras y series de tiempo. No necesariamente para llegar a conclusiones ni establecer causas. Pero sí para entender cómo nos movemos. La gran conclusión de mirar series largas es que el crecimiento del PIB colombiano lleva bailando tango con el promedio mundial durante los últimos 100 años. No hemos logrado despegarnos de la tendencia global. No hemos crecido más o menos que el promedio, pero sobre todo, nunca lo hemos hecho de manera contracíclica.
El lado bueno, es que a excepción de momentos muy específicos—la Gran Depresión, la crisis del UPAC y la covid—hemos mantenido ritmos de crecimiento positivo. Nunca espectaculares, pero siempre positivos, como el cuento infantil de La pequeña locomotora que sí pudo. El lado malo es que hemos desaprovechado la oportunidad de escaparnos del pelotón en épocas de altos precios de commodities o en entornos económicos favorables, como antes de la crisis financiera de 2008.
No me aventuro a proponer conclusiones de por qué no nos despegamos de la tendencia. Algunos dicen que es por el clientelismo, otros por la desigualdad, y otros más atrevidos, se lo atribuyen al poscolonialismo. Lo que sí puedo contarles es que hemos seguido las normas de Consensos, fondos y bancos en cuanto a nuestro manejo financiero y que posiblemente esto tiene algo que ver. Pero las cosas están cambiando. Prevenida por Cipolla no me atrevo a decirles por qué, pero sí puedo decirles que podemos pasar de allegro ma non troppo a adagio. Sólo espero que no vengan tiempos en el que añoremos el ritmo de la tortuga frente a la liebre.
CRISTINA VÉLEZ VALENCIA
Decana Escuela de Administración, Universidad Eafit.