Desde comienzos de 2020 hemos experimentado como humanidad un entorno particularmente denso y volátil, que progresivamente generó para muchas empresas cambios drásticos de su situación en un período de tiempo relativamente corto.
Numerosas compañías se han visto obligadas a convertirse en ambidextras desde una nueva perspectiva: desarrollaron la capacidad de hacer estrategia tanto en medio de la prosperidad como de la adversidad. Sería razonable pensar que hacer buena estrategia es una competencia genérica, ajena al contexto. Sin embargo, hacer estrategia en medio de la abundancia o de las dificultades plantea retos distintos, aun cuando en ambos escenarios suela aparecer un desafío común. He observado que, para cada situación, las conversaciones estratégicas cambian en su diseño, frecuencia, tono y enfoque.
Las empresas que transitan por la abundancia cuentan con recursos y oportunidades, un estado de ánimo colectivo positivo y confianza en su estrategia. En ese escenario, algunos de sus retos estratégicos tienen que ver con evitar desenfocarse, asegurar el crecimiento saludable, no caer en la complacencia, no excederse en los riesgos que asumen, mantener la curiosidad y asegurar que refrescan su direccionamiento de manera oportuna. Ante los buenos resultados, por gestión o accidentales, es más retador el ejercicio de cuestionar la estrategia.
Y cuando esas empresas enfrentan adversidades, necesitan primero digerir la incomodidad que les genera el cambio de inercia. Sus retos al hacer estrategia están relacionados con la falta de recursos, el cuidado de la reputación, la menor propensión a tomar riesgos, la limitación de las oportunidades, el estado de ánimo frágil y la desconfianza respecto al futuro. Y si en sus épocas de prosperidad no enfrentaron con éxito los desafíos arriba mencionados, la complejidad para abordar la adversidad es aún mayor. A todo ello podría sumarse que, en algunas empresas con su ego maltratado, la inflexibilidad ya convertida en hábito se exacerbe por desconcierto, enfado o ingenuidad.
Y en ambos casos ronda una amenaza común. En inglés existe una expresión coloquial llamada FOMO, Fear Of Missing Out, que podemos asimilar al temor de perderse de algo o a quedarse por fuera de algo.
Ese FOMO hace que en prosperidad sea difícil renunciar a las oportunidades cuando los recursos parecen ilimitados y queremos evitar en un futuro el remordimiento de haberlas dejado pasar. En adversidad, en cambio, el FOMO surge desde la esperanza que alberga la empresa de una recuperación a tiempo para no tener que renunciar a nada de lo que hace parte de su identidad actual frente a sus partes interesadas. Así entonces, en prosperidad y adversidad la disciplina de renunciar es necesaria, es decir, en ambos escenarios es fundamental ser estratégicos.
Carlos Téllez
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