Está claro que la piedra angular de las desigualdades de género es la distribución inequitativa del trabajo de cuidado. Esta es la razón por la que tener hijos penaliza el desarrollo profesional de las mujeres. La razón por la que a pesar de contar con más de un año adicional de educación que los varones, las mujeres tienen ingresos menores, aún en cargos similares. La razón por la cual los trabajos del sector de cuidado están ocupados mayoritariamente por mujeres y con salarios poco competitivos. La escondida que alimenta muchas de las violencias basadas en género. Y por supuesto, la razón por la que estamos todavía perdiendo parte de nuestro capital humano, tan necesario en momentos de bajo crecimiento.
La solución tiene tres frentes sobre los cuales hay cierto consenso. Primero, necesitamos servicios de cuidado para personas vulnerables provistos por el Estado. Segundo, necesitamos incentivos poderosos para que los empleadores promuevan mayor paridad en las responsabilidades de cuidado en sus equipos de trabajo. Tercero, necesitamos distribución equitativa de las labores de cuidado entre hombres y mujeres.
Lo primero necesita eficiencia, empezando por recursos, voluntad política y coordinación para prestar servicios oportunos y efectivos. Algunos gobiernos departamentales y locales tomaron nota de la atención positiva que recibió la Alcaldía de Bogotá en el período anterior con las Manzanas de Cuidado y están estructurando sistemas de cuidado.
Lo segundo necesita audacia. Lo que hemos implementado hasta el momento no es suficiente y a pesar de los cambios normativos, hay poquísimos hombres haciendo uso de su derecho como padres de tomarse semanas de la licencia parental compartida para cuidar a sus bebés. Necesitamos seguir incentivando a los varones a realizar su cuota del trabajo de cuidado. Por lo demás, requiere mejor información y estamos en mora de sacar una nueva edición de la Encuesta Nacional del Uso del Tiempo pospandemia.
Lo tercero, sin embargo, necesita tiempo. Para lograr esta distribución se necesita cambiar estructuralmente las relaciones de género, abolir la división sexual del trabajo con la inercia de 6.000 años de historia, y poner sobre la mesa prejuicios que cargamos en lo más profundo de nuestro ser hasta las más feministas.
Mientras esto pasa, está lo que resueltamente llamó la maravillosa académica uruguaya Karina Batthyány, “las políticas de mientras tanto”, es decir, esos cambios normativos, de incentivos, y de pequeñas transformaciones que llevan a que se cambien actitudes y acciones, mientras se cambia una mentalidad forjada por milenios.
En la mezcla de eficacia, audacia y tiempo está la alquimia para las transformaciones necesarias para lograr una mayor equidad. En ese orden de ideas, no se puede tener un debate sobre reactivación económica sin esta alquimia y sin abordar específicamente lo que estamos dejando de crecer al obstaculizar la participación de las mujeres por cargarlas (¿cargarnos?) de más del 70% del trabajo de cuidado no remunerado.
CRISTINA VÉLEZ VALENCIA
Decana Escuela de Administración, Universidad Eafit.