Conversar de manera permanente sobre la estrategia de sus empresas es ahora una práctica común en los equipos gerenciales que reconocieron la importancia de mantenerla vigente y útil en medio de un entorno tan dinámico como el actual. La tradición de abordar la estrategia esporádicamente, en rituales tan extensos y elaborados como desgastantes e inútiles, se está volviendo obsoleta.
¿Cómo lo hacen? Evaluar constante y ágilmente la vigencia de su estrategia, analizar nuevas realidades para incorporarlas a ella, ajustarla para subsanar sus falencias y volver deliberadas oportunidades no anticipadas, acordar una versión actualizada para seguir adelante, y conseguir rápidamente desde su ejecución evidencia práctica para repetir el proceso, es el ejercicio continuo que, además, demanda para estos equipos elevar su entendimiento del negocio, su curiosidad, y sus capacidades de diálogo y autocrítica.
Ahora que es deseable convertir las conversaciones estratégicas en un ejercicio frecuente, y asegurar que la estrategia se mantenga viva, es fundamental procurar que aquellas sean productivas. ¿Qué nos podría impedir lograrlo?
La falta de preparación de quienes asisten a estos espacios es un obstáculo significativo, la agilidad no puede confundirse con improvisación o ausencia de rigor. Enfocarse es igualmente importante, no es necesario revisar toda la estrategia en detalle para refrescarla de manera efectiva. De otro lado, es un reto conseguir que la inercia confortable hacia la retrospectiva no compita con la necesidad de privilegiar el tiempo para abordar el futuro.
La ausencia de personas clave y la asimetría de información entre los asistentes debilitan esas conversaciones, por esto es relevante nivelar el contexto en tales espacios y asegurar que todo el conocimiento y experiencia disponibles estén presentes. Y aun cuando es un recurso escaso, restringir el tiempo asignado para estos diálogos conduce a análisis superficiales que a su vez derivan en decisiones frágiles, incompletas o aplazadas.
La carencia de confianza entre los miembros del equipo es quizás el obstáculo más sutil y destructivo. En un entorno donde prevalece la jerarquía rígida, por ejemplo, algunos participantes del diálogo pueden sentirse reacios a expresar opiniones divergentes o ideas innovadoras. Tampoco son menores los efectos de la falta de liderazgo durante estos ejercicios, las falencias en habilidades de comunicación y en especial de síntesis, los excesos de información y la sobrecarga emocional, particularmente en momentos de crisis.
En los entornos dinámicos no todo es impredecible, invisible, caótico o incierto. Una buena conversación, esa pausa para hacer sentido e identificar certezas, ese momento para reflexionar y generar luz que perfore la bruma, ese espacio para reencontrarnos en búsqueda de la alineación que nos permita mantener en nuestras empresas la tan necesaria vitalidad estratégica.
CARLOS TÉLLEZ
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