Uno de los grandes temas de debates del mundo escolar son las tareas. Hay evidencias acerca de sus bondades, pero enmarcadas dentro de unos límites y formas de aplicación. Los detractores enseñan sendos estudios demostrando la falta de eficiencia de las tareas o incluso el detrimento en rendimiento escolar por causa de ellas. Pero, en varios que he leído, el escepticismo está enmarcado en alguna condición que no permite que sea favorable, como la pertinencia de la misma, el tiempo para desarrollarla, la complejidad o falta de preparación previa en el colegio.
Lo cierto es que la experiencia, de muchos de los que hemos estado en un salón de clases en el rol de educadores, nos ha demostrado que habilidades como disciplina de trabajo, organización del tiempo, priorización, solución de problemas y autonomía, se desarrollan con la ejecución de tareas en casa. ¿Cómo creamos en un niño la disciplina de sentarse a hacer lo que tiene que hacer sin que nadie lo guíe o le diga qué tiene que hacer? Las tareas son una buena forma.
Admito que algunas veces se nos va la mano en el número de tareas o en el tiempo que estas requieren o la complejidad de las mismas. Esto es contraproducente y terminamos fundiendo a nuestros estudiantes y fracasando en la pretensión educativa. Ahí el reto es de la escuela que debe generar los mecanismos de control y mejor aún, de autocontrol para que esto no ocurra. A pesar del malestar que las tareas generan hoy en día en las familias y en los niños, estoy convencido de que los beneficios superan con creces la ‘incomodidad’. Ver estudiantes que pueden programar su fin de semana de tal forma que les queda tiempo para ir a cine, salir con la familia a comer, asistir a un cumpleaños, practicar su deporte favorito y adelantar un trabajo para la siguiente semana; ver profesionales exitosos que brillan en sus cargos por la dedicación y eficacia de la labor encargada; ver adultos priorizar responsabilidades y cumplir con todas; es ver gente que hace la tarea.
En la historia, las tareas han tenido muchas formas y no siempre han sido escolares. ¿Alguien recuerda haber ido a comprar la leche en la tienda de la esquina? ¿Quién no tuvo que levantar su plato y llevarlo a la cocina luego de comer, limpiar el cuarto, tender la cama, preparar la ropa para el día siguiente, hacer mandados, botar algo en la basura? Podríamos decir que estas son las labores impuestas por nuestros padres. Son responsabilidades que nos ayudaron a perder el miedo de salir a la calle solos. Nos ayudaron a saber pedir vueltas y revisar si estaba bien lo que nos cobraron en la tienda. Nos permitieron tener la sensación de ‘soy grande’, que significa ‘soy capaz’.
Lamentablemente, cada año es más difícil encontrar niños en edad escolar con obligaciones caseras y, por lo tanto, cada día es más fácil encontrar niños incapaces de desarrollar las más pequeñas labores. Esto aumenta la relevancia e importancia a las tareas que dejamos desde la escuela. En todo el espectro social he visto padres esforzándose para que a sus hijos les toque más fácil bajo el falso y trágico argumento de que eso los hará más felices. Esto ya tiene nombre en la psicología y se llama hiperparentalidad.
Felipe Villar Stein
Director del Colegio San Mateo Apóstol
fvillar@csma.edu.co
Hacer la tarea
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Felipe Villar Stein
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