En las últimas semanas, varios artículos de prensa han hecho referencia a la encrucijada fiscal que enfrenta el mundo desarrollado. Países como EE. UU., Grecia, Irlanda, Portugal, España e Italia presentan serios problemas en su estructura financiera, que acompañados de altas tasas de endeudamiento han conducido a dificultades para acceder al mercado crediticio.
Esta situación resultaba impensable años atrás, casi tan absurda como el optimismo local que algunos editorialistas reportan a partir de las malas noticias de Europa y Norteamérica. Hay incluso quienes relacionan el otorgamiento del grado de inversión a Colombia con la eventual baja en la calificación de la deuda norteamericana.
Razonan como si la riqueza mundial fuera un tema de suma cero, como si las oportunidades del mundo emergente se construyeran sobre la ruina del primer mundo. Nada más apartado de la realidad.
Si bien es cierto que en el corto plazo el infortunio económico de algunas regiones desplaza inversión en favor de otras, el cándido exceso de optimismo de algunos analistas desconoce los mecanismos a través de los cuales se contagiarían economías como la colombiana.
En particular, un eventual descalabro financiero en EE.UU. impactaría negativamente a nuestra economía. La primera razón es cambiaria.
Expertos sostienen que si el techo de endeudamiento en EE: UU. no aumenta y las presiones de gasto no logran ser financiadas con bonos del Tesoro, lejos de presentarse moratoria en la deuda americana, lo que ocurriría es que parte del financiamiento del déficit pasaría de deuda pública al llamado ‘señoreaje’.
Lo anterior significa que los ingresos fiscales provenientes de expansiones monetarias terminarían por financiar al Estado, en lo que la literatura denomina un ‘default implícito’.
Bajo este escenario, la inflación de EE. UU. y la liquidez mundial aumentarían una vez más, inundando el mundo emergente de más dólares y profundizando la apreciación cambiaria en países como Colombia. Lo anterior sería muy perjudicial para nuestra economía.
La segunda razón es mucho más clara y tiene que ver con las limitaciones de demanda de nuestro principal socio comercial.
La mala suerte en la economía estadounidense perjudica a los exportadores que ven en este mercado su mayor fuente de ingreso, al tiempo que limita los beneficios asociados al TLC complicando su materialización. Igual suerte correrían otros socios comerciales de nuestro país que tienen relación con Estados Unidos, lo cual terminaría incrementando el impacto negativo sobre nuestra economía.
En mi opinión, vanagloriarnos porque nuestra deuda es temporalmente más barata que la de algunos países europeos nos aleja de las medidas que el país requiere para reducir su vulnerabilidad ante una nueva crisis mundial.
Así como Asia ha fortalecido su comercio con emergentes, especialmente al interior de la misma región, Colombia debe reducir su dependencia comercial de EE. UU. y Europa. El vecindario ofrece grandes oportunidades.