La democracia es, sin duda, el mejor de los sistemas políticos que conocemos. Sin embargo, muchas veces existe una brecha entre lo que la mayoría de la gente aprueba o quiere oír y lo que le conviene a la sociedad como un todo. En elecciones altamente reñidas, como las que viene presenciando el país, los compromisos de campaña suelen favorecer lo electoralmente menos costoso a costa de lo socialmente óptimo.
Las posturas frente a la venta de ETB son un claro ejemplo de ello.
El argumento estrella que resonó durante la sesión en la cual el Consejo de Bogotá hundió la venta de ETB fue que la empresa no se encontraba en bancarrota.
En efecto, la ETB lejos de estar quebrada exhibe indicadores financieros relativamente sanos para el sector. Pero la venta de una compañía no sólo responde a su actualidad financiera, sino a las expectativas de valor sobre el negocio en el cual opera. Estas, en el caso de la ETB, no son alentadoras.
Lo anterior proviene de una compleja realidad de mercado.
La empresa continúa siendo líder de un segmento en decadencia: la voz fija. En este negocio las cosas no pueden ir peor, no sólo para la compañía capitalina, sino para el sector como un todo.
La convergencia en el precio de la voz fija y la móvil en Colombia ha destruido la primera, sin que exista perspectiva alguna de repunte. En cuanto al segmento de mayor valor agregado, la banda ancha, los resultados con corte a junio muestran que la cuota de mercado de la ETB fue de tan solo 18,6%, estando por debajo de UNE, Telmex y Telefónica Telecom.
La ETB enfrenta tres posibles escenarios.
En el primero, proveniente de no hacer nada, su valor se reduciría inercialmente toda vez que la Alcaldía sería incapaz de realizar las inversiones en tecnología que la empresa demanda para seguir siendo competitiva. El segundo escenario, altamente improbable, es conseguir un socio estratégico que esté dispuesto a hacer dichas inversiones y aportes en conocimiento sin pedir a cambio el control de la empresa. El tercero, sensato, pero impopular, es vender ahora.
Resulta claro entonces que detrás de la venta de ETB no está el perverso complot de funcionarios que quieren desmantelar el Estado para favorecer iniciativas privadas, como de manera paranoica sugieren algunos.
Por el contrario, se encuentra el buen propósito de capturar el mayor valor posible para la ciudad con un activo que cada vez valdrá menos.
Finalmente, lo preocupante no es el respaldo que el Concejo le dio a la propuesta de la Alcaldesa encargada de no vender, sino que la mayoría de candidatos parezcan estar de acuerdo.
En mi opinión, la venta de ETB es buena para Bogotá, aunque no lo sea para las candidaturas a su alcaldía.