Hace pocas semanas asistí a la conferencia del periodista Andrés Oppenheimer sobre los problemas de la educación en Latinoamérica. Los datos que reveló no son nuevos. Sabemos que la deserción universitaria en Colombia es del 50%; que para evitar la abyecta segmentación social es necesario garantizar posibilidades de acceso a educación de calidad para todos –no sólo para los que la puedan pagar–, y que cobertura sin calidad es inútil.
En la región, uno de cada tres estudiantes no termina la educación primaria y uno de cada cuatro no finaliza el bachillerato. Sabemos que la figura del maestro no es socialmente relevante. En todo eso tiene razón el periodista. Lo increíble fue lo que planteó después de presentar sus estadísticas.
ijo, textualmente, que la causa del atraso de América Latina tiene como origen la tendencia de los universitarios a elegir carreras humanísticas antes que científicas. Ese fue su argumento, pensé que estaba bromeando, pero no. Lo dijo en serio. Profetizando. Cuando logré reponerme del exabrupto no tuve más remedio que tomarme en serio la afirmación, devuelve el devenir histórico al menos 200 años.
Oppenheimer lo que está diciendo en sus entrelíneas (no sé si él mismo lo sepa), es que hay unos saberes hegemónicos y otros de segunda clase.
Volvemos al viejo dualismo. Las ciencias exactas son más importantes que las ciencias sociales, y las artes y las letras. Semejante taxonomía separa el mundo en lugar de integrarlo. ¿Acaso no son los saberes científicos particulares una forma del humanismo? Los verdaderos problemas sociales no los han resuelto nunca las ciencias exactas, que por lo demás, a la luz de la física cuántica, por ejemplo, no son tan exactas.
Las comparaciones entre países pueden ser útiles si hay una explicación de los contextos y un análisis de los números. Y si análisis le parece sinónimo de ideología a Oppenheimer, le recuerdo que la construcción de una mejor sociedad no es sólo un asunto de conseguir operarios para sus máquinas.
Si tuviéramos un verdadero humanismo, tal vez no habría las fracturas sociales que tenemos. En el país, el problema no es que haya menos ingenieros que historiadores o más artistas que matemáticos o menos biólogos que sociólogos. Las causas del desastre están más del lado de los valores culturales imperantes blindados en un subjetivismo extremo, asociado o bien a un Estado autista y paquidérmico o a la cultura del sálvese quien pueda y aproveche que son dos días. No miraría jamás de soslayo la ciencia y la tecnología. No lo haga entonces usted con los de la otra orilla. Del mismo río se entiende.