A orillas de la calle 80 con la Avenida 30, en Bogotá, se está terminando la construcción de un templo islámico, la casa en la cual se venera a Alá, que es grande, y a Mahoma, su profeta.
El minarete, que es la torre desde donde se llama a la oración, se levanta delgado como un pequeño faro en medio del tráfico bogotano. Su cúpula, armoniosa y cubierta de pequeñas lajas amarillas, se ve desde lejos y sorprende por su forma levemente puntiaguda y su austeridad silenciosa.
Me gusta esta mezquita, me gusta que la hayan construido y que se vea sin ser vistosa. No conozco otra en Bogotá. Al menos que yo sepa, me parece que es la única.
Hace muchos años, en Toledo, a setenta kilómetros de Madrid, conocí la primera mezquita en mi vida y la primera sinagoga. Estaban en el mismo barrio, y prácticamente en la misma calle. Como si fuera poco, muy cerca de ellas había una iglesia católica. Toledo representó, en su momento, un crisol casi único en el que tres de las religiones más importantes del mundo coexistían a pocos metros de distancia sin ningún problema.
Por eso, celebro esta mezquita, que le hacía falta al cielo bogotano, a sus atardeceres. Porque nos invita a tener vecinos que veneran a otro Dios, pero que tienen una espiritualidad semejante.
Cómo les hace de falta a las escuelas de nuestro país cultura e información de la historia de las religiones. De todas. Si bien es cierto que somos una sociedad mayoritariamente católica, y prueba y origen de ello fue el concordato que el presidente Núñez firmara con la Santa Sede en 1887, y que terminó, por fin, con la Constitución de 1991; no lo es menos, sin embargo, que la historia de las religiones es una forma muy bella de estudiar y conocer la historia de la cultura, con independencia de las convicciones particulares de las personas.
Preocupa, en todo caso, que aún persista en muchos de los pronunciamientos o de los debates que, tanto en la vida pública como en la privada, se hacen sobre el siempre apasionante tema de las religiones, que sirios y troyanos identifiquen sus muy respetables creencias religiosas, con la conducta moral de las personas. Hagan depender una cosa de la otra. Y no creo que sea así. Por fortuna. Conozco muchas personas que no tienen ninguna creencia religiosa y son moralmente intachables. O que, teniéndola, no lo son.
Tal vez, esta mezquita nos haga pensar que a pesar de que Jesucristo y Mahoma nunca se conocieron, con seguridad habrían sido buenos amigos. Yo creo que sí.
Juan Carlos Bayona
Rector del Colegio Cafam