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Columnista 

La otra cara de la moneda

Las diferencias sociales, evidentes en todo el territorio nacional, hacen que el rol del sector privado no pueda ser ajeno e indiferente a las realidades del país.

Marcela Carrasco
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Marcela Carrasco

Las diferencias sociales, evidentes en todo el territorio nacional, hacen que el rol del sector privado no pueda ser ajeno e indiferente a las realidades del país. Por eso, las iniciativas que se adelanten desde el sector real deben responder a necesidades específicas de un entorno en particular con el fin de poner a disposición de este, las ventajas competitivas que tiene cada empresa.

El reconocimiento de estas realidades nos convierte en actores ideales para demostrar que en Colombia podemos actuar de manera responsable, articulada y bajo un objetivo común. De hecho, es un principio que materializa el concepto de valor compartido. Este tipo de iniciativas hace que las organizaciones sean más sostenibles y competitivas para toda la cadena de valor a la que impactan, desde su talento interno, pasando por las comunidades donde opera, los proveedores y clientes, hasta los consumidores.

Fue así que decidimos adelantar con el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y Bancolombia una alianza por la niñez en La Guajira. Una región donde casi el 90 por ciento de los niños indígenas menores de cinco años padecen desnutrición crónica, y por lo menos 60 niños murieron de desnutrición el año pasado.Por eso, con la experiencia de Mastercard en tecnología e innovación digital (como la tecnología sin contacto), Bancolombia en el sistema de pagos electrónicos y la labor que ya adelanta el PMA en el país, se quiere llegar a una donación de aproximadamente 1 millón de comidas para los niños más desfavorecidos de La Guajira.

Así creamos valor compartido. Se genera la unión del mundo empresarial con lo social cuando, por medio de su gestión, las organizaciones aportan a la mejora de las condiciones económicas, sociales y ambientales de las comunidades donde operan. Así, se logra no solo el desarrollo de la compañía, sino el progreso de todo un país. Pero la migración a la práctica del valor compartido no es tarea de unos pocos. Es importante iniciar un proceso de educación en el que, tanto las grandes, medianas y pequeñas compañías como las comunidades entiendan las ventajas y oportunidades de crecimiento mutuo que ofrece este nuevo modelo económico-social.

En nuestro caso, creemos en que la tecnología es una herramienta que puede aportar a la sociedad para la construcción de un mejor futuro, pero a su vez también tenemos un importante reto para que sea empleada como una herramienta de dinamización local y una puerta de oportunidades para la sociedad y diferentes regiones apartadas. Así, buscamos promover el desarrollo de la sociedad por medio de la innovación, con herramientas que puedan suplir y soportar iniciativas integrales que tienen como finalidad un país con equidad.

Estoy convencida de que un negocio sostenible implica mucho más que ganar utilidades y requiere pensar en las comunidades como factores fundamentales dentro de cada uno de los procesos de la compañía. Por eso, más allá de los conceptos y diferentes teorías ya existentes, el reconocimiento de las realidades debe convertirse en el primer paso para aprovechar las ventajas competitivas de cada quien y ponerlas a disposición de la sociedad.

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