Todos los colombianos estamos llamados a poner de nuestra parte para contrarrestar las viejas prácticas electoreras que han vuelto tan incrédula, tan desconfiada y tan apática a la mayoría del censo electoral: somos 36 millones de personas habilitadas para votar y un 65% ni se entera de que el asunto también es con ellos. Su indiferencia es caldo de cultivo donde nacen y se reproducen las malas prácticas.
La apatía electoral favorece la corrupción por el inmenso espacio que deja a la politiquería. Varias generaciones de apáticos son responsables de la falta de renovación de sus líderes, de que se recicle la vieja costumbre de ‘toma y dame’ con recursos públicos, de la impunidad histórica y de la inexistencia de una sanción social. La alta abstención se nutre de la falta de confianza en la institucionalidad del Estado.
Tenemos el deber –y en las actuales circunstancias también la obligación– de transmitir a los nuestros (familiares, amigos o empleados) que voten a conciencia, que sean veedores del proceso, que conozcan el sistema electoral, se capaciten y ayuden a otros a entender, que promuevan el bien común y la importancia de contribuir al resultado transparente y a una elección asertiva.
Dentro del ciclo de conversatorios con autoridades y candidatos presidenciales que promueve Amcham Colombia para sus afiliados. La semana pasada tuvimos la fortuna de escuchar al registrador Nacional, Juan Carlos Galindo, y conocer el monumental esfuerzo que hace el Estado en logística, comunicación y transparencia.
Para el Registrador, es una prioridad que en las próximas elecciones legislativas se reduzcan los votos nulos, pues la posibilidad de que aumenten es alta debido en parte a la proliferación de listas y a la complejidad del sistema. Para este año se inscribieron 16 listas al Congreso. En el 2014, con 10 listas, cerca de 1’485.000 votos (10,38%) resultaron nulos y más de 842.000 no fueron marcados (5,88%). La mayoría de los colombianos sigue sin saber cómo votar, por quién hacerlo, cómo entender los tarjetones.
Los empresarios y líderes del sector privado tenemos el deber moral de participar activamente en favor de la transparencia, de la honestidad y, sobre todo, de contribuir a la divulgación didáctica de cómo votar, pues el porcentaje de sufragios nulos debe provenir de personas que no están contaminadas, pues es conocido que la corriente politiquera sí hace bien su tarea de enseñarles a sus incautos votantes dónde se pone la equis.
Trabajemos por una cultura de participación ciudadana, para que los jóvenes se interesen y utilicen las redes y su entusiasmo en favor del voto libre y consciente, para que cada sufragio tenga valor, para que ayuden a combatir la desinformación con la difusión de contenidos pedagógicos de la Registraduría, para que pongan fin a la cadena sin fin de corrupción, compra de votos, tráfico de influencias, financiación ilegal, promesas incumplidas, populismo, calumnias y mentiras.
Nunca antes los jóvenes colombianos tuvieron tantas posibilidades de informarse y hacerse escuchar. Lo paradójico es lo lejos que parecen estar de querer tomar las riendas de su destino y determinar quién o quiénes trazarán su futuro. Como dijo en un reciente foro Alejandro Santos, “corremos el riesgo de convertirnos en tribus digitales y regresar a la Edad Media por la puerta trasera”.
Seis de cada 10 jóvenes dicen no confiar en las instituciones democráticas; siete de cada 10 piensan que a los gobernantes no les interesan sus opiniones; solo el 25% dice confiar en el Congreso, según el Barómetro de las Américas. La juventud constituye una franja que podría ser determinante, pero lo que se ve es una desilusión con el Estado, con las instituciones políticas y la convicción de que su voto no cuenta.
Nuestra generación y las que vienen tienen el deber de corregir el camino, y no será cambiando las normas ni endureciendo los castigos. La solución está en nosotros mismos. Los empresarios, los líderes sociales, los funcionarios honestos tenemos que dar ejemplo, fomentar la transparencia y ser intransigentes frente a la corrupción.
Todos tenemos el deber de entender y enseñar cómo votar, de combatir la apatía y la indiferencia, de reflexionar sobre la situación del país, analizar el entorno, las propuestas de los candidatos, sus hojas de vida. Debemos contribuir cada uno en la búsqueda de una democracia más limpia, más productiva, más eficiente y más justa.
Hagamos que nuestro voto cuente, tomemos la decisión de votar a conciencia, acorde con nuestras convicciones; enseñemos a votar y no dejemos que la apatía y la desconfianza se tomen nuestro país. Hagamos que nuestro voto cuente.