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Rodolfo Segovia S.

El mito de la izquierda virtuosa

A medida que la popularidad del presidente desciende, sólo aplaude un cerca del 30% inamovible y ciego, que no se desmonta del apoyo.

Rodolfo Segovia S.
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Rodolfo Segovia S.

El Día del Juicio, cuando el ángel remita a Gustavo donde corresponda, amigos y contradictores del presidente cuestionarán la decisión. Pero el destino último no puede ser sino el cielo. Es cuestión de principios. Se beneficia de estereotipos que la Revolución Francesa legó a la cultura occidental y que siguen vigentes: el Antiguo Régimen y Danton versus los virtuosos que se sentaban a la izquierda del hemiciclo. Los revolucionarios son los buenos, como el Che Guevara, y los otros, cualquiera que sea su matiz, los malos.

El fenómeno de Petro ha sido el del mito político que la modernidad refleja en la literatura, desde la Jean Valjean hasta Conversación en la catedral, en la ópera Tosca o en la película La Guerra de la Galaxias. Una constante al servicio de ilusiones juveniles y un rasero que engendró a Robespierre, Stalin o Tirofijo y excusó sus excesos.

Es también la trampa en que caen los muchos que sin filtros dispensan el aplauso fácil. Lo difícil es gobernar sirviendo al bien común mientras se conquista, en tiempo real, y sin esperar un aleatorio veredicto de la historia, el beneplácito de los gobernados.

Sin ese beneplácito mal podrán los amigos del presidente ver el tránsito de programas que en su imaginario consideran transformadores, y mucho menos un éxito en las urnas en octubre, tan interferidas por intereses locales.

Petro recibe la asistencia de su pasado izquierdista. Con esa angarilla, hay áulicos a los que se les ha dado por pensar, como don Sancho Jimeno, el valiente defensor de Cartagena en 1697, que el poder del soberano sólo se extingue en la tumba. Sus oponentes se estrellan contra el mito, aun si gozan de una libertad de expresión inesperada. Y mejor que la agradezcan, porque para los de derecha escasean dorados exilios por cuenta de oeneges malintencionadas o ilusas.

El presidente se resguarda detrás de su revolucionario pasado, el teflón lo cobija. Esto es especialmente cierto en los medios internacionales que lo miman. Y en la opinión de estos, los hechos ya no serían tan tozudos: los lobos de las narcobandas, por ejemplo, no son tan feroces si los acoge Francisco de Asís, cuya bondad excusa todo.

Petro saborea la molicie de su verbo, y sabe que recibirá los aplausos de los medios que acompañan cualquier manifestación de la izquierda.

Por los muchos los yerros, ya son, empero, menos voces y menos estridentes. No bastan las bodegas, y la herencia progresista ancestral se agota. Resalta en las encuestas. A medida que la popularidad del presidente desciende, sólo aplaude un cerca del 30% inamovible y ciego, que no se desmonta del apoyo. El declivio es detectable desde el discurso en la Plaza de Armas de Palacio.

El estilo populachero de ambición mesiánica no congrega. Por ahora -puede repuntar- quizá ya no encuadra por inepto dentro del prototipo idealizado del revolucionario, cartabón imaginado en Francia para distinguir entre malos y buenos.

RODOLFO SEGOVIA
​Exministro e historiador

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