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Deshojando el país

La desestabilización generada por odios viscerales no solo afecta la estructura política, sino también a la economía, la seguridad y el tejido social.

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En los últimos años, estamos siendo testigos de una profunda crisis de liderazgo en la clase política en todos sus matices. Lo que alguna vez fueron debates ideológicos y propuestas de país ahora se han convertido en feroces enfrentamientos personales.

La polarización ha dejado de ser una batalla de ideas para transformarse en un sainete vulgar de ofensas personales que desdibuja la dignidad de quienes ejercen la política. Esta crisis no solo afecta a los líderes políticos, si es que así pueden llamarse, sino que se extiende a la institucionalidad, provocando un deterioro en la credibilidad de las estructuras que sostienen el país.

El diálogo político se ha transformado en una arena de ataques personales, de descalificaciones y rencores que dejan a la ciudadanía cada vez más desencantada; es un ir y venir de recriminaciones. Aquí lo que brilla es el despeñadero del contrincante, más que en un espacio de construcción colectiva.

Uno de los efectos más preocupantes de este fenómeno es el colapso de la confianza en las instituciones. La estructura del Estado, concebida para garantizar justicia, estabilidad y bienestar, se ve debilitada por el constante golpeteo político. Un país sin instituciones fuertes está destinado al fracaso, y peligrosamente vamos en ese camino.

Los grupos políticos, de derecha, centro e izquierda, viven ahora ávidos de señalar los errores del contrario antes que proponer soluciones efectivas; han contribuido a la creación de una "bola de nieve" que crece sin freno. Las políticas públicas parecen quedar atrapadas en un limbo de promesas incumplidas, mientras que los enfrentamientos personales desvían la atención de los temas realmente importantes, como el desarrollo sostenible, la pobreza, la educación, la salud, la violencia rural y el empleo.

Cada nuevo escándalo político, cada nuevo desencuentro entre los actores claves del sistema, alimenta una sensación de incertidumbre que erosiona la cohesión social. En la medida que los ciudadanos se sienten desconectados de la clase política, se abren paso los movimientos populistas y radicales que pueden aprovecharse del descontento generalizado y llevar a Colombia por caminos insospechados con consecuencias impredecibles. En otras palabras, el país se encuentra deshojando su credibilidad como si de una flor marchita se tratara.

La desestabilización generada por los odios viscerales no solo afecta a la estructura política, sino también a la economía, la seguridad y el tejido social. Hoy hay muchos aspirantes a la presidencia, la gran mayoría carentes de cualidades que les permita ser calificados de estadistas. Muchos de ellos están construyendo su visibilidad a base de descalificar al contrario pero sin un proyecto de país que motive a la mayoría por un mismo sendero. Grave error para el devenir de Colombia.

Es urgente que la clase política deje el enfrentamiento estéril, y se concentre en lo fundamental: la reconstrucción de un país que, hoy más que nunca, necesita unidad, liderazgo y visión. De lo contrario, seguiremos tejiendo un país inviable, destinado al colapso institucional y social. 

JESÚS ANTONIO VARGAS OROZGO
​Consultor empresarial.
jesusvargas.orozco@gmail.com

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