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Internacional

10 may 2019 - 8:45 p. m.

Unilateralismo enfurecido de Trump es un grito de dolor

El momento unipolar de EE.UU. pasó tan rápidamente como apareció.

Donald Trump, presidente de los Estados Unidos

La política exterior de Trump pretende comunicar que puede hacer lo que le plazca.

Reuters

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Portafolio
10 may 2019 - 8:45 p. m.

Lo más difícil para un poder hegemónico es ver su dominancia decaer. El enfurecido unilateralismo del presidente Donald Trump, ya sea manifestado en su guerra comercial contra China o en las sanciones contra Cuba, está supuesto a ser una prueba de poder. Otra forma de comprender las beligerantes tormentas de tuits del presidente es considerarlas un grito de dolor por un pasado mitologizado.

Cuando Franklin Roosevelt se preparaba para reunirse con Winston Churchill durante las últimas etapas de la Segunda Guerra Mundial, el presidente estadounidense recibió algunos consejos de advertencia de su secretario de Estado acerca de cómo tratar al primer ministro británico. Edward Stettinius le dijo a Roosevelt que Churchill tendría dificultad aceptando un nuevo orden internacional de la posguerra. Habiendo sido un líder durante tanto tiempo, los británicos no estaban acostumbrados a un papel secundario.

Stettinius tenía razón. El Reino Unido había sido arruinado por la guerra. EE.UU. estaba experimentando un auge. La paz marcó la transferencia formal del liderazgo occidental a EE.UU. El aliado de Washington encontró el ajuste psicológico largo y doloroso. Incluso después de la humillación de la expedición de Suez en 1956, el Reino Unido estaba reacio a admitirlo. Seguramente, sus políticos se imaginaron, el Reino Unido todavía estaba junto a EE.UU. y a la Unión Soviética como uno de los “Tres Grandes”. Por extraño que parezca, todavía queda un eco de este lamento de angustia en las fantasías de los principales partidarios del Brexit de un ‘Reino Unido global’.

(Lea: Tensión comercial: EE.UU. sube aranceles y China promete represalias

Ahora le toca a EE.UU. La truculencia de la política exterior de Trump pretende comunicar que puede hacer lo que le plazca. Las naciones ‘menores’ tal vez sientan la necesidad de someterse a una panoplia de reglas internacionales. Pero EE.UU. puede ser independiente, libre de los enredos multilaterales y de las costosas alianzas que estableció después del final de la Segunda Guerra Mundial.

Los paralelos con el Reino Unido están lejos de ser exactos. EE.UU. continúa siendo la preeminente potencia global, económica, tecnológica y militarmente. El lugar del dólar como moneda de reserva mundial le proporciona una capacidad única para aplicar coerción económica. Rusia es una potencia en descenso. El plan de China para dominar Eurasia es un proyecto que tomará décadas.

(Lea: El ‘arsenal’ chino para enfrentarse a EE.UU. en una guerra comercial

Aun así, el momento unipolar de EE.UU. ha pasado tan rápidamente como apareció al final de la Guerra Fría. Su poder ha sido puesto a prueba y, en términos relativos, está en constante declive. No hace mucho tiempo, la hyperpuissance (superpotencia), como la llamaban los franceses, imaginaba un futuro de fácil ascendencia. En China, EE.UU. actualmente enfrenta a un rival con su propio sentido de destino manifiesto. A medida que la posición de EE.UU. se erosiona, menos naciones le juran una lealtad incuestionable. La Rusia de Vladimir Putin, aunque enfrenta un declive absoluto, es abiertamente desafiante.

Washington aún no ha logrado el cambio psicológico. La respuesta de Trump no carece de una burda lógica. Las décadas de la posguerra fueron testigo de una extraordinaria alineación del interés nacional estadounidense con un sistema internacional basado en reglas. Al diseñar y construir las instituciones de un orden global liberal, EE.UU. promovió su propia prosperidad y seguridad. El adagio de que lo que era bueno para el país era bueno para General Motors y viceversa era cierto. Cuando garantizó la paz en Europa, en Asia oriental y en el Medio Oriente, lo hizo en beneficio propio.

Ésta es la era a la que Trump se está remontando. La pista es la palabra ‘recuperar’ en el lema de ‘recuperar la grandeza de EE.UU.’. El presidente está atrapado en un mundo donde el poder económico en realidad se medía con las ventas de automóviles; en donde el comercio tenía esencialmente que ver con los aranceles; y en donde la respuesta a un gobierno recalcitrante en Teherán era que la CIA organizara un golpe de Estado. Comienza con una visión idealizada del pasado, incorpórale la amada paranoia de los populistas de todo el mundo y, de repente, tendrás el nacionalismo nostálgico que representa la política exterior de Trump.

La desgracia irónica de Barack Obama fue que él comprendió tempranamente la importancia de estos cambios de poder globales en relación con los intereses de EE.UU. El predecesor de Trump sacó las conclusiones correctas. Si EE.UU. ya no podía actuar de manera unilateral, sus intereses estarían mejor servidos aprovechando sus alianzas. Si era necesario cambiar las reglas globales, desplegaría su autoridad convocante para moldear el nuevo orden. Por sus esfuerzos, a Obama se le tildó de vacilante y de débil.

La respuesta de Trump es que, si el sistema ya no funciona para EE.UU., entonces debe romperlo. Todo esto suena 'fuerte', particularmente junto a los intentos teatrales de lograr tratos. El problema es que no funciona.

EE.UU. ha sido el perdedor al tirar por la borda acuerdos comerciales multilaterales, como el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés). México aún no ha dado ni un solo dólar para pagar por un muro en su frontera con EE.UU. Kim Jong Un, el líder de Corea del Norte, ha obtenido el reconocimiento ‘de facto’ del estatus nuclear de su país.

Irán puede estar sintiendo el dolor de las sanciones impuestas por EE.UU., pero lo más probable es que los partidarios de la línea dura de Teherán sean los principales beneficiarios. Putin opera con impunidad en Siria y, más recientemente, en Venezuela. La retirada de Trump del acuerdo sobre el cambio climático de París le ha otorgado la autoridad moral al presidente chino Xi Jinping. Y la lista continúa.

Entre los aliados, ya sea Japón, Corea o los socios europeos en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), EE.UU. ha perdido la confianza. El denominador común en las políticas de todas estas naciones es la esperanza de que simplemente puedan ‘esperar pacientemente’ a que la presidencia llegue a su fin. Esto es probablemente un error. Trump no está solo entre los estadounidenses en cuanto a la desilusión con el viejo orden. Pero cuanto más alto grite el presidente, menos inclinado estará el resto del mundo a escucharlo.

Philip Stephens

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