Una de las preguntas más incómodas y escurridizas en la discusión sobre la equidad de género es la compatibilidad entre capitalismo y feminismo. Los principales avances en los derechos de las mujeres se han dado en los últimos 150 años en los que las democracias liberales han florecido en occidente. El derecho a elegir y ser elegidas, la creciente participación de mujeres en el mercado laboral, la anticoncepción moderna y el cierre de brechas en el acceso a educación, son algunas de las victorias de las mujeres en el siglo XX y lo que va del XXI. Sin embargo, para algunos, esta concurrencia no es más que una coincidencia.
De hecho, para sus críticos, el capitalismo y el feminismo son procesos incompatibles. Dentro de esta mirada, un sistema que no promueva la igualdad sobre todas las cosas es un obstáculo para las mujeres. En esa misma línea, capitalismo y patriarcado son sinónimos, y las feministas liberales, el enemigo.
Estas críticas vienen de la mano de ejemplos que se ajustan a la tesis. El más visible es Ivanka Trump ondeando la bandera del empoderamiento femenino mientras su padre impulsaba medidas regresivas para el acceso a la salud sexual y reproductiva de las mujeres en Estados Unidos. O tal vez, una Elizabeth Holmes yéndose a la cárcel después de haber estafado a miles de personas con su verbosidad, que incluía la historia de cómo había superado las barreras del acceso de las mujeres a la financiación startupera. Incluso, de personajes de ficción tipo Miranda Priestly.
Por mi parte, entiendo muchas de las críticas que les hacen a las mujeres que nos identificamos como feministas y liberales a la vez. Entiendo que la mirada de una mujer privilegiada por su color de piel, su educación o sus ingresos, es limitada, y está lejos de abarcar o representar la diversidad de todas. Entiendo que priorizar la vía del desarrollo económico, aún con apellidos de sostenibilidad o conciencia, puede resultar contrario a algunas de las luchas de las mujeres más vulnerables y tengo claridad absoluta de que el sistema capitalista necesita serios ajustes.
Sin embargo, también entiendo que el acceso de las mujeres a la riqueza y a su productividad ha sido la principal palanca que nos ha impulsado en este siglo y medio. El empoderamiento económico y la autonomía legal han ido de la mano de una mayor participación política, de una mejor salud y de una mayor conciencia sobre las violencias de género. Los países con democracias liberales son también los países que más han avanzado en equidad entre hombres y mujeres.
No en vano, hay una relación directa entre la disminución de la desigualdad de género (GII del Foro Económico Mundial) y el crecimiento del PIB.
De los sistemas disponibles, pareciera que el capitalismo -con sus tantas dificultades- es el mejor sustrato para la igualdad de género.
CRISTINA VÉLEZ VALENCIA
Decana Escuela de Administración, Universidad Eafit.