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Ricardo Ávila
Editorial

No es solo el Congreso

Conseguir mayorías en el Capitolio para que se apruebe la reforma tributaria no será fácil, pero más complejo es el clima de opinión.

Ricardo Ávila
Exdirector de Portafolio
POR:
Ricardo Ávila

Tras la radicación del proyecto de ley “por medio del cual se adopta una reforma tributaria estructural, se fortalecen los mecanismos para la lucha contra la evasión y la elusión fiscal, y se dictan otras disposiciones”, las reacciones no se hicieron esperar. Este jueves, los espacios de los medios de comunicación fueron copados por defensores y críticos de una iniciativa ambiciosa, que levanta no pocas ampollas. Con excepción del Gobierno y un puñado de técnicos, el articulado generó ataques por parte de los gremios, la dirigencia política y el público en general.

Ahora comienza una etapa compleja e intensa. El cronograma es particularmente estrecho, incluso en un país que está acostumbrado a los mensajes de urgencia y a que las definiciones finales en el Capitolio comprendan el conocido ‘pupitrazo’. Cualquier tropiezo en materia de tiempo obligará al Ejecutivo a la convocatoria de sesiones extras, justo cuando comienza la temporada decembrina y los parlamentarios desean regresar a sus regiones.

Conseguir mayorías en el Capitolio para que se apruebe la reforma tributaria no será fácil, pero más complejo es el clima de opinión.

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Sin embargo, atenerse al calendario es tal vez el menor de los desafíos para el Ejecutivo.
Mucho más complejo será conseguir las mayorías y evitar que el cabildeo convierta la propuesta en aquello que se conoce como un ‘Frankenstein’, que haría peor el remedio que la enfermedad. Desde antes de que se conociera el texto estaba claro que las bancadas que componen la Unidad Nacional decidieron adoptar posiciones divergentes, comenzando por el Partido Liberal que se muestra completamente contrario a apretar clavijas en los impuestos.

Ante esa situación, el Ministerio de Hacienda tendrá que hacer uso de todo su arsenal de argumentos con el fin de conseguir adeptos. Si algo quedó claro desde la noche del miércoles es que esta es una batalla en la cual la Casa de Nariño no tiene intención alguna de aparecer, pues la agenda de Juan Manuel Santos está ocupada por el futuro del proceso de paz con las Farc, cuya prognosis es dudosa, a pesar del tono asertivo de la alocución de este jueves. En consecuencia, Mauricio Cárdenas está muy solo tanto a la hora de enfrentarse a los micrófonos como de convencer a senadores y representantes.

No obstante, se equivoca quien crea que la tributaria y la negociación con la guerrilla son dos esferas independientes que no se tocan. Para decirlo con claridad, un rompimiento de las conversaciones con los promotores del ‘No’, que triunfó en el plebiscito del 2 de octubre, hará más empinada la cuesta de la reforma en el Congreso.

Se equivoca quien opina que la propuesta y la negociación con la guerrilla son dos esferas independientes.

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Como si eso no fuera suficiente, el clima de opinión sigue caldeado. Cualquier intento de buscar atajos jurídicos para hacerle el esguince al veredicto de las urnas no hará más que deteriorar la maltrecha popularidad del Gobierno. Miles de ciudadanos se inclinan por un acuerdo ya, y las marchas no cesan, pero creer que todo se soluciona con arreglos cosméticos que antagonicen a una parte importante del electorado, equivale a sembrar vientos que acabarán convirtiéndose en tempestades.

Y si Santos se descuida, las ráfagas podrían llegar a descarrilar la estabilidad fiscal del país. Imaginar un escenario en el cual se hunda la propuesta impositiva no es descabellado, sobre todo si la Casa de Nariño hace caso omiso a las sensibilidades de la gente que cree que los sacrificios que se le vienen encima, aparte de excesivos, son injustificados, un sentimiento que puede ser fácilmente aprovechado por aquellos que pescan en el río revuelto del descontento.

En consecuencia, el Presidente de la República tiene que cuidarse de cometer errores en esta etapa crítica. Querer apabullar a sus opositores o exagerar en ciertas actitudes -como la de elevar el perfil de sus compromisos internacionales- no solo limita su gobernabilidad, sino corre el riesgo de impactar negativamente a la economía. Ante ese peligro, vale la pena hacer un nuevo llamado a la prudencia y aplicar aquel refrán según el cual ‘es mejor prevenir, que lamentar’.

Ricardo Ávila Pinto
ricavi@portafolio.co
@ravilapinto

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