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Miguel Gómez Martínez

Miseria programática

Los debates presidenciales son concursos de ego y combates con frases preparadas para descalificar a los contrincantes.

Miguel Gómez Martínez
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Miguel Gómez Martínez

Dirán que la política no es un asunto de propuestas sino de ideologías. Otros insistirán que en este mundo de redes sociales lo que perfila a los aspirantes es la capacidad de generar titulares y por ello la proliferación de ataques para llamar la atención de los seguidores y periodistas. No faltarán los que afirmen que el elector promedio se guía por la sintonía personal que el candidato le genera sin importar mucho lo que plantea. Todo lo anterior seguro es cierto y debe haber sesudos trabajos que respaldan esas afirmaciones.

Pero si la democracia tiene algún sentido, los candidatos no pueden descargarse de su obligación de exponer sus planteamientos sobre los temas gruesos que definen el futuro del país. Puede ser que la mayoría de los electores no decidan su voto por las propuestas, pero el ejercicio programático es el único esfuerzo previo que harán quienes aspiren a dirigir la nación. De paso la ley los obliga a radicar un programa que debería ser su mandato en caso de ser electos.

Hasta el momento los debates han sido un espectáculo de miseria programática. Son concursos de ego y combates con frases preparadas para descalificar a los contrincantes. A esto se prestan los periodistas que fungen como moderadores pues ellos también están obsesionados con los titulares que traen audiencia y lectores. Nada sobre el fondo mientras el país se consume en serios desafíos que amenazan su viabilidad.

Las frases de cajón sobre la lucha contra la corrupción, la inseguridad y la pobreza son desesperantes porque suponen que las soluciones son simples y están a la vista cuando el mundo entero se debate contra esos fenómenos sin encontrar respuestas contundentes. Nada sobre el desafío de la calidad de la educación, la pobre competitividad de nuestra economía, la justicia manipulada por sus intereses institucionales, la criminalidad organizada que gobierna amplias zonas del país, el sistema pensional que explota, el régimen laboral que explica la informalidad o el derrumbe de la seguridad ciudadana.

Nada de eso parece relevante porque obtener el poder es lo que cuenta sin importar los medios ni las estrategias. Dirán también los politólogos que la política ha sido así siempre y en todas partes del mundo. Es cierto. Tal vez por ello la democracia está en crisis y el ciudadano honesto ha dejado de defenderla. Mientras tanto, populistas de todos los pelambres esperan agazapados para darle el zarpazo final.

El debate es, hasta el momento, un claro reflejo de la crisis política y de liderazgo que atraviesa el país. Parece como si los aspirantes supieran con claridad lo que van a hacer, pero no lo quisieran develar porque es la receta de una poción mágica que sólo se conocerá después del 7 de agosto cuando la banda presidencial ciña sus hinchados pechos de poder.

MIGUEL GÓMEZ MARTÍNEZ
migomahu@gmail.com

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