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¿Hablar de diplomacia científica en el país?

La Ciencia puede tener un valor más estratégico si se articulan de manera adecuada los intereses de política exterior y de la diplomacia. 

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Hay asuntos de la agenda pública nacional e internacional que, como la adaptación al cambio climático, la producción de vacunas o la protección de ecosistemas en peligro, requieren de una acción conjunta, coordinada y sostenida de actores públicos y privados.

Lo anterior nos lleva a entender a la diplomacia científica como una herramienta idónea para los países que deciden utilizarla para la solución de problemas públicos del siglo XXI, así como el papel que la diplomacia científica tiene en la aproximación de los intereses y actuaciones subnacionales y nacionales con aquellos que se demandan en el ámbito global.

La utilización de la ciencia y diplomacia no es nueva. De hecho, esa relación facilitó el desarrollo de vacunas e insumos médicos, el impulso a la carrera espacial o la construcción de sistemas de georreferenciación que permiten disminuir el número de muertos frente a pandemias o epidemias, descubrir cuerpos celestes y posibles formas de vida en el espacio, así como encontrar en la ciencia un instrumento útil para fomentar las relaciones pacíficas entre las naciones.

La diplomacia científica es un concepto relativamente novedoso y fluido. A inicios del siglo XXI, una serie de encuentros entre la Royal Society británica y la Academia Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS, por sus siglas en inglés), generaron un consenso inicial sobre su definición alrededor de tres ejes:

Ciencia en la diplomacia, se refiere a cómo el conocimiento científico debe guiar la toma de decisiones política para la solución de los problemas públicos; Diplomacia para la ciencia, señala que la primera es un vehículo adecuado para el desarrollo y mejor trabajo de la segunda, es decir, las negociaciones políticas entre actores estimulan el desarrollo del conocimiento y la CTI y, finalmente, ciencia para la diplomacia, hace referencia a la manera en la que el conocimiento científico acerca a los países, las sociedades y los individuos, es decir, se convierte en un instrumento para mostrar a los demás, una especie de soft power que acerca posiciones, estrategias para la toma de decisión.

Hoy en día, países desarrollados y en vías de serlo, utilizan activamente la diplomacia científica, teniendo en cuenta prioridades nacionales, ventajas comparativas y sectores económicos en los cuales tienen cierto liderazgo.

La Ciencia ha estado presente en Colombia desde la misma formación del Estado pero puede tener un valor más estratégico y determinante, si se articulan de manera adecuada los intereses de política exterior y de la diplomacia, por un lado, con el valor que tiene la inversión en ciencia, tecnología e innovación por el otro. Además, la diplomacia científica podría también jugar un papel central para cumplir los compromisos de la agenda 2030.

Finalmente, la diplomacia científica abre un espacio de oportunidades que requiere desarrollar capacidades puntuales entre científicos, diplomáticos y tomadores de decisión, que faciliten una interacción constante y dinámica para superar los problemas públicos.

GONZALO ORDÓÑEZ-MATAMOROS
Decano de Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales de la U. Externado.

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