Una victoria se anotó ayer el Ministerio de Hacienda, después de que las comisiones terceras del Congreso aprobaron el monto del Presupuesto Nacional para el 2017. A pesar de las protestas provenientes de diversas bancadas, que pedían elevar la suma, el monto final quedó en lo mismo que planteaba la propuesta original del Gobierno.
De tal manera, el total del programa de gastos ascenderá a 224,4 billones de pesos, 6,6 por ciento más que la apropiación vigente este año. La suma sería compatible con el objetivo de reducir el déficit fiscal, de acuerdo con el titular de las finanzas públicas, Mauricio Cárdenas. El mensaje debería ser recibido por las firmas calificadoras de riesgo que tiene al país como una especie de matrícula condicional, con respecto a su grado de inversión.
No obstante, falta lo más difícil de la tarea. Para comenzar, hay un compromiso de darle más recursos al agro, aparte de atender las peticiones de los parlamentarios, orientadas a darle más dineros a la inversión pública. Sumar aquí implica restar allá, lo cual afectaría a los carteras con menor capacidad de cabildeo, o a las partidas de funcionamiento.
Como el margen de maniobra es estrecho, la carta escondida es la reforma tributaria, cuyo texto será presentado una vez tenga lugar el plebiscito del 2 de octubre. Si la iniciativa consigue aumentar los recaudos netos a partir del próximo primero de enero, esa porción se vería reflejada en una adición presupuestal, que caería muy bien en el Capitolio.
De lo contrario, el apretón del cinturón sería inevitable. Debido a ello, el Gobierno aplica, de forma implícita, la táctica de la zanahoria: un mayor gasto que obliga a subir los impuestos para no tener que acudir al garrote de las economías a la fuerza. Falta ver cuál de esos dos extremos gana el pulso.
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