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29 sept 2017 - 7:08 p. m.

El reconocimiento facial podría revelar nuestros propios genes

Los científicos de Human Longevity (HLI)  usaron una base de datos de cerca de mil personas para crear vínculos entre pequeñas secuencias de ADN.

Reconocimiento facial

Expertos han criticado la tecnología que incluye el nuevo iPhone X.

123RF

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Portafolio
29 sept 2017 - 7:08 p. m.

Recientemente, Craig Venter, el empresario que ayudó a determinar la secuencia del genoma humano, publicó un documento afirmando que su compañía podía descifrar la apariencia de las personas simplemente analizando sus datos genéticos.

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Los científicos de Human Longevity (HLI) — donde Venter es el director de estrategias científicas — usaron una base de datos de cerca de mil personas de diferentes edades, etnicidad y género para crear vínculos entre pequeñas secuencias de ADN y las características faciales. Descubrieron, supuestamente, que las secuencias se podían utilizar para identificar a su dueño con una precisión aproximada de 74%.

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El estudio provocó los obvios temores acerca de la privacidad genética: sólo hay que pensar en las implicaciones éticas y legales si una gota de sangre, proveniente de la escena de un crimen o una manifestación, fuera usada para imprimir un rostro.

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Las opiniones ya están divididas con respecto al tema en este campo de desarrollo cada vez más acelerado. La semana pasada, un profesor británico instó a sus compatriotas que donaran libremente sus genomas, ya que tenían el potencial para transformar el campo de la medicina.

Pero el lanzamiento del iPhone X fue dominado por las preocupaciones sobre el uso del reconocimiento facial para reemplazar el desbloqueo por huellas dactilares (Apple señala que este puede desactivarse).

En medio de estas conversaciones culturales, no era de extrañar que la afirmación de que los genes podrían revelar la apariencia causara cierto furor. Excepto que esta afirmación ha sido fuertemente cuestionada.

Un biólogo computacional afirmó que una precisión del 75% podría lograrse con el conjunto de datos de HLI simplemente eliminando las caras en base al género, la edad y el origen étnico. HLI rechaza la crítica, insistiendo en que sus algoritmos son más discriminantes que una búsqueda puramente demográfica.

También ha emergido la noticia de que la revista Science había rechazado el estudio de HLI. Mientras tanto, la postura de la compañía con respecto a la privacidad genética parece ser motivada por interés propio; mientras indican que el tema es más amplio y profundo de lo que se había pensado previamente, HLI — una empresa privada — está intentando crear la base de datos genéticos más grande del mundo.

Independientemente de si se puede o no corroborar el estudio, nuestros genomas tienen el potencial de ser reveladores de maneras totalmente inesperadas.

Sabemos que las pistas para entender enfermedades están escritas dentro de ellos, y que algún día sí podrán contarnos acerca de los contornos de los pómulos y las mandíbulas, así como los elementos de la personalidad.

Por lo tanto, la ciencia genómica nos reta a pensar en lo que realmente queremos. ¿Deberíamos considerar nuestras secuencias únicas de ADN como cadenas sacrosantas, como merecedoras de protección al igual que nuestros números de tarjeta de crédito y de seguridad social? ¿O es un deber cívico donar nuestros genomas a la noble causa de la medicina?

En realidad, podría ser absurdo preocuparse por la privacidad, dado el sendero rico en ADN que dejamos en el camino, en saliva, cabello, residuos y otras células descartadas.
Pero sospecho que esta investigación también nos incomoda porque se trata de nuestro rostro, nuestro frontispicio al mundo. La ética de los trasplantes faciales, por ejemplo, se centra principalmente en cuestiones de la identidad del receptor.

Aunque Apple utiliza las caras para desbloquear los teléfonos, los antiguos griegos creían que podían desbloquear los secretos del alma. Por su parte, Pitágoras pensaba que la esencia moral de sus alumnos potenciales podía destilarse de sus rasgos faciales. Los victorianos estaban igualmente embrujados por la pseudociencia de la fisonomía; asignarle las formas de la nariz y las cejas al carácter alimentaba la predilección de esa era por la clasificación y categorización.

La práctica ha sido desacreditada pero todavía nos fijamos en las caras. Alexander Todorov, profesor de psicología en la Universidad de Princeton, en su libro Face Value describe a los humanos como “fisonomistas ingenuos”. Otros creen que nuestros rostros revelan nuestras inclinaciones políticas y sexuales.

Quizás es por esa razón que no podemos aceptar el uso de nuestros genes para esbozar nuestras semejanzas: hacer eso es como si estuviéramos poniendo al descubierto nuestro secreto más profundo.

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