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Una columna difícil

No podemos ignorar el acoso en las organizaciones, solo porque antes sucedía así y porque como sociedad no somos capaces de reconocerlo y entenderlo.

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La discusión ya la tuvimos. La mayoría de las organizaciones tienen protocolos y comisiones para abordar el tema. Hay videos virales, indignación colectiva, hashtags, casos emblemáticos, castigos ejemplarizantes, libros y películas. Y, sin embargo, el acoso sexual laboral sigue siendo pan de cada día.

La pregunta de fondo es por qué a pesar de las discusiones y la aparente claridad sobre que el acoso no solo no es indeseable socialmente, sino que se considera un delito, este sigue sucediendo. La respuesta es sencilla, pero su solución es compleja: la mayor brecha que enfrentamos en las discusiones sobre equidad es entre una serie de normas nuevas (explícitas e implícitas) y la educación que recibieron y siguen recibiendo hombres y mujeres.

Usando términos mockusianos, porque realmente no hay una armonización entre ley, moral y cultura. Adicionalmente, los hombres, los principales acusados de este delito, suelen tener dificultades para tramitar sus frustraciones y sus inseguridades.

Esta falta de armonía implica que racionalmente los líderes de las organizaciones entiendan por qué no es aceptable el acoso sexual, pero en el fondo, no lo sienten y, por ende, no son capaces de identificar patrones de acoso, de identificarse a sí mismos como acosadores. Como en el cuento La Lotería de Shirley Jackson, en el que un pueblo llevaba décadas sacrificando niños al azar, solo porque así eran las cosas. Nadie era capaz de identificar la barbaridad simplemente porque no eran capaces de verla.

Abordar la discusión sobre el acoso sexual de manera abstracta es fácil. Otra es cuando los implicados tienen nombre propio. Cuando una se da cuenta de que la persona acusada es un profesional brillante, un ex jefe, un buen miembro de familia, y también, un acosador.

Que en la complejidad de sus actuaciones, debe responder por un delito y seguir la ruta de verdad, justicia y reparación para poder resarcir a su víctima. Y que por lo demás, también una se da cuenta de que la educación que recibió el acusado y sus recursos emocionales son insuficientes para que pueda reconocer la magnitud de los hechos, los patrones que posiblemente está repitiendo y el daño que le hizo a la víctima. Y que, aun así, esto no lo exculpa de los hechos.

De la misma manera que no está bien sacrificar un niño al azar porque salió la balota negra como en La Lotería, no podemos ignorar el acoso que sigue sucediendo en las organizaciones, solo porque antes sucedía así y porque como sociedad no somos capaces de reconocerlo y entenderlo.

Los adultos no somos responsables de cómo nos formaron y nos educaron, pero sí de transformarnos, de suplir los vacíos que quedaron y de mirarnos al espejo permanentemente. También de responder por lo que hacemos. Es el único camino que nos permitirá armonizar las nuevas normas y las actuaciones colectivas.

CRISTINA VÉLEZ VALENCIA
​Decana Escuela de Administración Universidad EAFIT

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