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Miguel Gómez Martínez

El coraje de renunciar

Renunciar es algo reservado para quienes entienden que el poder, por muy atractivo que sea, tiene límites y leyes que deben ser respetadas por todos.

Miguel Gómez Martínez
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Miguel Gómez Martínez

Joe Biden no fue un buen presidente. Su balance es pobre y su ausencia de liderazgo a nivel mundial es palpable. Pero es un gran dirigente porque supo renunciar. Al abandonar la lucha por reelección, convirtió su renuncia en un triunfo personal inmenso. De haber persistido, su muy probable derrota en noviembre lo habría relegado a lo más oscuro de los libros de la historia.

Renunciar es una actitud de los grandes. Churchill, De Gaulle, Adenauer, Benedicto XVI o Angela Merkel, han tomado, por diferentes razones, el valiente paso de renunciar al poder. Se renuncia cuando se tiene conciencia de la importancia de las instituciones. Salir del poder es la mejor manera de ponerlas por encima del interés personal.

Solo los dictadores como Castro, Stalin, Kim Jong-un o Franco creen que ellos son las instituciones y que nada sobrevivirá a su ausencia.

Se renuncia cuando los errores de gestión generan crisis. Muchos son los ejemplos de este tipo de renuncias: Nixon, Gorbachov y muchos primeros ministros en regímenes parlamentarios han tenido que renunciar cuando sus políticas pierden el apoyo de las mayorías. Entran también en esta categoría las renuncias por escándalos que hacen insostenible la permanencia en el poder como las de Collor de Mello y Fujimori.

Una de las señales de deterioro del Estado de derecho es cuando los políticos optan por no renunciar cuando es lo que deben hacer. Ello refleja que las instituciones no están operando, pues los mecanismos protectores de la opinión pública, la prensa y la justicia no ejercen su rol. En Colombia abundan los funcionarios investigados, con pliegos de cargo e incluso llamados a juicio, que rehúsan renunciar. Saben que la impunidad de nuestro sistema judicial les favorece y se aferran al poder.

Existen casos que desafían todas las leyes políticas. Incluso renuncian para luego ocupar cargos más importantes que los que tenían al momento de las crisis. Lula de Silva, Samper, Benedetti y muchos de los salpicados por el escándalo de Odebrecht son buenos ejemplos. Trump podría entrar en esta categoría si regresa al poder.

Tenemos demasiados corruptos que salen del gobierno para ocupar cómodas dignidades en la diplomacia, en otras áreas de la política o el sector privado. Que los presidentes del Senado y la Cámara hayan seguido ejerciendo sus dignidades como si no planeara una negra nube de duda sobre su actuar, es muy revelador de la ineficiencia de los contrapoderes. Frescos como lechugas.

Renunciar es entonces una señal de que la democracia funciona y que la política tiene elementos de depuración que la mantienen saludable. Lo grave es cuando la renuncia no está en el vocabulario ni en los planes de los responsables políticos que creen que ellos son más poderosos que las normas.
Renunciar es algo reservado para quienes entienden que el poder, por muy adictivo y atractivo que sea, tiene límites y leyes que deben ser respetadas por todos.

Miguel Gómez Martínez
Consultor empresarial
migomahu@gmail.com

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