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Miguel Gómez Martínez

La intolerancia de los ‘tolerantes’

El pluralismo que excluye no es pluralismo ni es democrático. Los tolerantes intolerantes deberían permitirles a los hoy excluidos gobernar.

Miguel Gómez Martínez
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Miguel Gómez Martínez

Dos conceptos están minando los cimientos de la democracia: la ruptura de los consensos fundamentales y la intolerancia de los tolerantes. Las recientes elecciones al Parlamento Europeo han sido una buena demostración de la crisis del modelo liberal.

El avance de la derecha ha dejado en evidencia que, por ejemplo, sobre los temas de la inmigración, la inseguridad y los subsidios se han roto los consensos que en otra época existían. Cada vez un mayor número de ciudadanos está inconforme con sus gobiernos por el manejo que se les da a estos tópicos.

La democracia no funciona bien sin lo que Álvaro Gómez llamaba “el acuerdo sobre lo fundamental”. ¿Es entonces posible construir uno nuevo? Algunos, cada vez menos numerosos, consideran que el único consenso posible es el surgido luego de Segunda Guerra mundial alrededor del concepto de “estado bienestar”. Ello implica un estado intervencionista y activo en la garantía de toda una gama de servicios sociales. El problema es que porcentajes crecientes de la población, en Europa, Estados Unidos, Argentina o en Venezuela rechazan esa visión y exigen un cambio de enfoque.

La segunda amenaza es la intolerancia de los “tolerantes”. La democracia tiene el inconveniente de no permitir el voto calificado y de valorar todos los votos como iguales. Los partidarios de consenso de la posguerra piden aislar políticamente, con un cordón sanitario, a quienes no comparten el mismo enfoque. No deben participar en el gobierno ni se pueden hacer alianzas con aquellos que cuestionan su acuerdo sobre lo fundamental. Los “tolerantes” no se cansan de afirmar la importancia del pluralismo como fundamento de la democracia. Pues el pluralismo implica aceptar que otros piensan distinto y ven los problemas con ópticas diferentes.

Las elecciones recientes muestran que cada día son más numerosos los que piensan diferente, lo que se traduce en sociedades muy divididas. En una democracia, la mayoría no puede ser excluida por la minoría. Un buen ejemplo es el de Colombia, donde el gobierno actual, apoyado en un mandato electoral que no refleja un consenso social, impulsa reformas que dos de cada tres colombianos rechazan. Por ello la creciente polarización y crispación.

Nada es más peligroso y antidemocrático que la actitud “bien pensante” que considera que sólo sus principios y valores son aceptables porque son superiores, más refinados o profundos que los del “ignorante vulgo”. La intolerancia de los tolerantes está matando a la democracia porque, en muchos países, la mayoría no comparte las ideas de la minoría “tolerante”.

El pluralismo que excluye no es pluralismo ni es democrático. Los tolerantes intolerantes deberían permitirles a los hoy excluidos gobernar. El poder, la corrupción y muchas de sus propuestas equivocadas, los desgastarán como los ha desgastado a ellos hasta convertirlos en una minoría relativa. Es este efecto pendular lo que garantiza la supervivencia de la democracia. 

MIGUEL GÓMEZ MARTÍNEZ
​Consultor empresarial
migomahu@gmail.com

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