El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, dio esta semana portazo a una de las inquietudes que estaban surgiendo en la economía mundial en las últimas semanas: el futuro de la Reserva Federal, el banco central más poderoso e influyente del mundo. El mandatario tenía que decidir si mantenía en el cargo al actual líder de la Fed, Jerome Powell, o se arriesgaba por un nuevo perfil, como la demócrata, Lael Brainard, también opcionada.
Biden finalmente se decantó por nominar a Powell para cuatro años más al frente del emisor estadounidense, lanzando así un mensaje clave para dar certidumbre a los mercados internacionales, más necesaria que nunca en plena recuperación económica. Y el presidente demócrata tomó esta decisión, incluso, a pesar de que el actual líder de la Fed es republicano y fue Donald Trump quien le otorgó esa posición en primer lugar.
El mandatario estadounidense, cerca de cumplir su primer año al frente de la primera potencia económica del mundo, hizo bien al apostar, como él mismo destacó, por la estabilidad que supone renovar el mandato de Powell al frente de la Fed, y más tras una crisis en la que la Reserva Federal fue clave para mitigar el impacto en gran medida.
Quedan retos hacia delante, pues la Fed inició su proceso de compras de activos para dar estímulo a la economía, tiene encima la presión de elegir el mejor momento para empezar a subir las tasas de interés, y por supuesto, atajar la inflación que en Estados Unidos llegó ya hasta el 6,2 por ciento.
Pero la decisión da un mensaje al mundo: el banco central debe estar en manos de la persona más preparada, ser independiente y dejar la política para otros temas. Esta apuesta por la estabilidad es una buena noticia.
FRANCISCO MIRANDA HAMBURGER
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