“Hemos superado el fenómeno de El Niño”, trinó triunfante el ministro de Minas y Energía, Andrés Camacho, el pasado viernes. El jefe de la cartera eléctrica celebró haber salido adelante de la crisis “sin un segundo racionamiento” y “con una preparación de más de un año”.
Si bien el fin de la sequía y el retorno de las lluvias han alejado a los embalses de la ruta crítica, los meses recientes han dejado tanto lecciones que aprender, como riesgos estructurales y urgentes por atender.
La primera lección es que un sistema eléctrico como el colombiano no puede depender de la buena fortuna que el agua caiga del cielo en la intensidad y los lugares geográficos deseables. De hecho, por más de tres décadas, la institucionalidad energética en el país ha evitado ese segundo racionamiento, construyendo mecanismos, regulaciones y reglas que reduzcan la dependencia extrema de la naturaleza para garantizar un suministro estable y costeable. Por más que el Ministerio salga a cobrar el éxito de su respuesta a El Niño, el cambio en la meteorología parece responder por el giro positivo de la situación en mayor grado que las medidas gubernamentales.
Las precipitaciones de las últimas semanas han llevado, de acuerdo con datos de XM, que opera el mercado, a un volumen útil de embalses de 37,51 % a corte del 12 de mayo, ampliando la distancia frente a la senda de referencia.
Aunque estos niveles constituyen sin duda un respiro ante el alarmante momento registrado en abril pasado, sería un error pretender que ya todo está resuelto.
Alejarse de esos puntos bajos históricos es bienvenido, pero todavía resta más agua -que se espera venga en el segundo semestre del año- para retornar a la normalidad de la generación hidráulica en el país.
Segundo, esta crisis energética ratificó el importante papel que juegan las termoeléctricas dentro del sistema. Ante la histórica caída en los niveles útiles de los embalses, la generación térmica contribuyó a que éstos pudieran recuperarse a un mejor ritmo y a evitar un eventual desabastecimiento. La ruta de una transición energética gradual y ordenada en Colombia pasa por reconocer los aportes de estas fuentes, permanentemente atacadas por el Gobierno, y definir sus roles en un futuro con menos emisiones.
En tercer lugar, la tranquilidad coyuntural que están causando las lluvias no deben hacer perder de vista las definiciones estructurales que aún se deben tomar hoy para asegurar los megavatios del futuro. Los riesgos frente al suministro de energía a partir del año 2027 no se han disipado del todo y se requiere tomar las medidas necesarias para aumentar la capacidad de generación eléctrica. Los proyectos en curso, en especial de energías renovables, y de transmisión, deben agilizarse con la mayor prioridad y recibir la ayuda del Gobierno Nacional para finiquitar sus trámites, licencias y demás requisitos. Cuarto, la crisis resaltó asimismo la necesidad de una Comisión de Regulación de Energía y Gas con operación plena y con comisionados en propiedad.
En reciente entrevista con este diario, el ministro Camacho habló de una “transformación estructural” de la Creg y de sus requisitos de experticia. No sobra recordar que, además de avanzar en los nombramientos en propiedad de los comisionados, la autonomía y el conocimiento experto del ente regulador son cruciales para ordenar cualquier camino para la transición energética. Temas como las tarifas en el Caribe también integran la agenda de temas por resolver tras la ‘victoria’ sobre El Niño. En conclusión, la guardia frente al futuro de la energía en el país en términos de abastecimiento, regulación y sostenibilidad, no se puede bajar.
FRANCISCO MIRANDA HAMBURGER
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