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Mauricio Cabrera Galvis
mauricio cabrera

No es mi presidente

Habrá que esperar a ver si en su gobierno Trump traiciona a quienes votaron por él, o al Partido Repu- blicano, que lo nominó como candidato.

Mauricio Cabrera Galvis
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Mauricio Cabrera Galvis

Por primera vez en la historia de Estados Unidos se dio una manifestación popular contra la elección de un presidente, miles de personas se tomaron las calles en 25 ciudades para protestar contra Trump gritando “No es mi presidente”.

No es que esos manifestantes desconozcan los resultados de las elecciones, o digan que hubo fraude –como había dicho Trump, que iba a hacerlo si perdía–, sino que no se sienten representados en las ideas y las políticas del magnate electo y piensan que una persona con su comportamiento tramposo, machista y racista no es digna de ser presidente.

Además, saben que la mayoría del pueblo norteamericano apoyó a Hillary, quien obtuvo 500.000 votos más que Trump, pero por las complejas reglas del sistema electoral gringo, lo que importa es el número de estados en donde gane un candidato y, así –por segunda vez–, en este siglo, el candidato ganador del voto popular resultó perdedor en las elecciones. Por la misma razón, Bush hijo le ganó la presidencia a Al Gore, a pesar de que este último tuvo más votos con las nefastas consecuencias que todavía sufrimos.

Pero las reglas de la democracia son claras y hay que aceptarlas, aun en la derrota. Por eso, Hillary reconoció que Trump será el nuevo presidente y llamó a sus seguidores a apoyarlo. También Obama, a pesar de haber dicho unos días antes que Trump no era apto para ser presidente ni para controlar el botón nuclear, aceptó que había sido elegido para dirigir el país y le ofreció su colaboración, porque, le dijo, “si usted tiene éxito, todo el país tendrá éxito”.

No obstante, lo que queda de este proceso electoral, y que se manifiesta en las calles, en las redes sociales y en los medios de comunicación, es un país profundamente dividido.

Se continua profundizando la tradicional divergencia entre los estados del centro y sur de Estados Unidos –que desde hace años votan por el Partido Republicano–, y los de las dos costas que prefieren a los demócratas, hasta el punto que en California toma impulso un movimiento separacionista que quiere conformar su propio país.

La división ya no es solo entre estados liberales y conservadores, sino que se da muy fuerte entre las ciudades y el campo y los suburbios al interior de los mismos estados. Trump perdió en todas las ciudades de más de un millón de habitantes, incluso en aquellos estados en donde ganó, y obtuvo la mayoría de sus votos en los pueblos y las áreas rurales de casi todo el país.

Las diferencias geográficas reflejan una división más profunda entre razas, religiones y clases sociales porque en los pueblos y áreas rurales predominan los trabajadores blancos, sin educación universitaria, así como de muchas iglesias protestantes, mientras que en las ciudades es mayor la diversidad racial y cultural, igualmente la proporción de gente con mayor nivel de educación.

Además, ese grupo de trabajadores blancos es el que más ha sufrido las consecuencias de las políticas conservadoras y prorricos de los republicanos, y de la pésima distribución de los efectos de la globalización.

El gran éxito de Trump fue que logró convencerlos de que un millonario como él, con el apoyo de los mismos republicanos que los empobrecieron, sería la solución a sus problemas.

Habrá que esperar a ver si en su gobierno traiciona a quienes, esperanzados, votaron por él, o al Partido Republicano, que a regañadientes lo nominó como candidato. Porque no puede satisfacer a ambos, y será el presidente de solo unos pocos.

*Consultor privado
macabrera99@hotmail.com

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