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Amigos de Gran Bretaña tienen razón para temer al ‘Brexit’

A pesar de los absurdos intentos para negarlo, nadie sabe lo que sucedería después de una votación para salir de la UE.

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¿Cómo juzgarían los futuros historiadores una decisión británica de abandonar la Unión Europea (UE) por medio del referéndum el próximo 23 de junio? Bien pudiera considerarse como el momento en el que Occidente comenzó a desmoronarse. Es por eso que el presidente de EE. UU., Barack Obama, no sólo tiene el derecho a presentar sus puntos de vista sobre el ‘Brexit’; como líder de Occidente, tiene el deber de hacerlo.

La elección que enfrenta el Reino Unido (RU) es si ha de ejercer su opción de salir de la UE ahora. Mientras que sea miembro, siempre va a tener esta opción. Sin embargo, no se le concederá la opción de volver a ser miembro después de que haya salido. El momento de elegir una opción perpetua es cuando su valor sea no sólo alto, sino cuando sea poco probable que aumente aún más. El RU debe votar a favor de salir si, y sólo si, está seguro de que estaría en una mejor posición que si pospusiera la elección.
Ése no es el caso en este momento. Y es probable que nunca lo sea.

De hecho, los partidarios de permanecer como parte de la UE, como yo, pudieran argumentar que, lejos de representar ganancias, el ejercicio de la opción de salida ocasionaría pérdidas inmediatas. Esto, según las quejas de los partidarios del ‘Brexit’, es el “Proyecto Miedo”. Esa objeción es absurda. El evitar riesgos innecesarios y costosos es lo que diferencia a los adultos de los niños.

Los posibles costos económicos de una salida están desglosados en el excelente análisis del Tesoro publicado esta semana. El análisis argumenta que el RU se encontraría en condiciones significativamente peores bajo cualquiera de las tres alternativas más plausibles a la pertenencia: membresía en el Espacio Económico Europeo (EEE), como Noruega; un acuerdo comercial bilateral, como Canadá; o una membresía compartida en la Organización Mundial del Comercio (OMC), como Japón. Bajo la primera alternativa, la pérdida, en relación con un punto de referencia de pertenencia continua, sería de entre 3,4 y 4,3 por ciento del producto interno bruto (PIB) para 2030; bajo la segunda, sería de entre un 4,6 y un 7,8 por ciento; bajo la tercera, sería de entre un 5,4 por ciento y un 9,5 por ciento. ¿Debemos creer en estos números? No. Pero la dirección es correcta y las magnitudes probablemente son demasiado pequeñas. En resumen, la economía del RU estaría menos abierta al comercio y a la inversión extranjera directa que en el caso contrario, si saliera de la UE. Esto perjudicaría su nivel de productividad y, por lo tanto, su producción.

Algunos defensores del ‘Brexit’ argumentan que esto es incorrecto, ya que la economía del RU se volvería más desregulada y dinámica fuera de la UE. Sin embargo, el RU ya es una de las mayores economías de altos ingresos menos reguladas. Además, los peores reglamentos del RU –los relacionados con el uso de la tierra– son de cosecha propia. La mayor intervención en el mercado laboral en los últimos años ha sido la decisión del Gobierno de imponer un significativo aumento en el salario mínimo.

Inconvenientes con los argumentos

Los defensores del ‘Brexit’ también argumentarán que la economía del RU no tiene por qué volverse menos abierta. Pero este argumento tiene un inconveniente. Cuanto más deseara el RU preservar su acceso privilegiado al mercado de la UE, menos soberanía recuperaría. No lograría obtener control sobre la inmigración y tendría que aceptar las regulaciones del mercado único sin ninguna influencia sobre ellas.

Si, para irse al extremo opuesto, el RU eligiera la opción de unirse a la OMC en su comercio con la UE –pero unilateralmente decidiera mantener sus aranceles para la UE en cero– se vería obligado a ofrecerles el mismo trato a todos los demás miembros de la OMC. Un libre comercio unilateral como éste es una opción. Pero también eliminaría prácticamente todos los elementos de negociación necesarios para negociar el acceso preferencial a los mercados fuera de la UE. Esto es aparte del hecho de que el RU tendría mucha más influencia en tales negociaciones si operara a través de la UE que si actuara por cuenta propia.

Otra objeción es que la UE se está convirtiendo en un mercado menos importante para el RU. Sin embargo, el aumento absoluto de las exportaciones del RU a la UE durante los 10 años hasta 2014 fue todavía mucho mayor que el de las destinadas a cualquier otro mercado, a pesar de que la tasa de crecimiento haya sido mucho más lenta. Esto se debe a que la base es de tal magnitud. El RU también es el principal receptor de inversión extranjera directa dentro de la UE. Los atractivos para los inversores en relación con el RU disminuirían si el país no tuviera acceso al mercado de la UE a la par con el de los miembros.

Sin embargo, estos argumentos se relacionan sólo con el largo plazo. A pesar de los absurdos intentos de negar este hecho, también es cierto que nadie sabe lo que sucedería después de un voto a favor del ‘Brexit’. En primer lugar, los defensores del ‘Brexit’ no coinciden en cuál de las alternativas seguir. En segundo lugar, no sabemos lo que los socios del RU puedan querer.

Un miembro de una pareja que ha sido repudiado es poco probable que sea generoso durante un divorcio. Por otra parte, el abrumador objetivo del resto de la UE será el de mantenerla unida. Ellos van a querer hacer que cualquier salida sea ‘dolorosa’. Por último, el ‘Brexit’ significará un largo período de agitación e incertidumbre. La crisis financiera ha puesto de manifiesto cuán costosa tal incertidumbre pudiera ser, no sólo durante unos cuantos años, sino durante un largo tiempo.

Por todas estas razones, los amigos extranjeros están consternados por el daño potencial que ocasionaría el ‘Brexit’, no sólo en el RU, sino en un contexto mucho más amplio. El más importante entre ellos es EEUU. Es absolutamente necesario que quienes se quejan de que la soberanía del RU ha sido violada recuerden que, si EEUU no se hubiera involucrado, el RU actualmente sería un satélite nazi o soviético. Los recursos y la voluntad de EE. UU. sustentaron al Occidente durante la Segunda Guerra Mundial y durante la Guerra Fría.

Con problemas propios, EE. UU desea una Europa próspera y abierta al exterior, capaz de compartir las cargas durante las próximas décadas. Durante un largo tiempo, EE. UU. ha considerado la participación activa del RU en el continente –del cual el último siempre será parte– como un interés vital. El RU no es el gran poder del pasado. Pero sus acciones siguen teniendo consecuencias. No es una Singapur europea. Sólo los enemigos del Occidente le darían la bienvenida a semejante locura.

¿Cómo reaccionan la mayoría de los más informados estadounidenses, australianos o, si vamos al caso, otros europeos, cuando ven que el RU está considerando el fin de una relación que le permite participar en la dirección del continente, mientras que está libre de muchas de las cargas y errores de nuestros socios? Piensan que es una locura. El presidente Obama debiera decirlo, con delicadeza, pero con firmeza.

Martin Wolf
Columnista del Financial Times.

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