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La extraordinaria retórica de Philip Green

Al ser interrogado por el parlamento británico sobre la venta de BHS, el empresario mostró su arsenal de palabras: honradez, ignorancia y culpa.

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El miércoles pasado fue interrogado durante casi seis horas por miembros del Parlamento británico sobre la venta de BHS, los desafortunados pensionados de la empresa, su situación fiscal y su carácter.

No pude verlo en su totalidad ya que su grosería se volvió excesiva, así que leí la transcripción en vez de ello.

Al considerar sus palabras, separadas del mal humor y el carraspeo, se me ocurrió una idea que me incomodó.

Philip Green usa el lenguaje como yo quisiera que lo hicieran todos los empresarios.
Sus frases son cortas. Sus palabras son casi todas de una o dos sílabas. A veces su falta de educación formal lo delata, pero, por lo demás, es lo más cerca de un ejemplo perfecto que se me ocurre.

En seis horas no hubo “concesiones claves”, ningún “acercamiento a las partes interesadas”, ni siquiera un “valor añadido”. En su lugar, así fue como resumió su postura: “Hemos administrado estas empresas apropiadamente. Podríamos haber trasladado estas marcas ‘offshore’ y cobrar regalías. No hicimos eso. Podríamos haber huido. No lo hemos hecho. Cuando ganamos dinero, pagamos impuestos aquí”.

En los últimos años he tenido un ídolo lingüístico. Se llama Wan Long y fundó Shuanghui, el mayor productor de carne del mundo.

En 2013 leí un artículo sobre él en el Financial Times en el cual dijo: “Lo que hago es matar cerdos y vender carne”. Miré esas palabras boquiabierta con admiración. Nunca he visto una descripción más nítida y clara de lo que hace una empresa. Desde entonces me pregunto al escribir una frase: ¿La aprobaría Wan Long? Si no, la reescribo.

Lenguaje claro


La semana pasada Philip Green sobrepasó a Wan Long y siguió haciéndolo el día entero. Siempre he pensado que una persona que utiliza un lenguaje claro, no tiene dónde esconderse. Yo pensaba que el lenguaje claro promovía la franqueza. Sin embargo, Philip Green estaba dando una de las presentaciones menos francas que jamás había visto.

Esto precipitó una crisis en mi visión del mundo. ¿Querrá decir que no importa si los empresarios usan el lenguaje con claridad o no? ¿Será que un hombre que habla con franqueza no es ni mejor ni peor que uno cuyo discurso es una maraña de “valores añadidos” y “caminos hacia adelante?”

La semana pasada The Economist publicó un artículo sobre cómo Donald Trump usa el lenguaje sencillo y claro que George Orwell recomendaba para fines malignos. El lenguaje claro puede revelar las mentiras, pero si suficientes estadounidenses no pueden detectarlas, la “manipulación de los hechos” de Trump y su estilo demoníaco pueden convertirse en ventajas.

Ése no es el caso de Philip Green. No le estaba hablando a un crédulo público estadounidense sino a desconfiados miembros del parlamento. Y no estaba mintiendo.
Mi evidencia para aseverarlo viene del propio Philip Green. “No soy ningún mentiroso”, dijo dos veces, antes de seguir con “No voy a contarles mentiras”, “No voy a contarles ninguna mentira” y “Yo no digo mentiras”.

Para asegurar que todos lo entendieran, comenzó sus comentarios con “para ser honesto con ustedes” o “para ser perfectamente honesto” nueve veces más. Fue entonces que se me ocurrió que la mejor forma de entender su carácter era buscar las palabras y frases más populares. Una de sus favoritas es “respeto”; no menos de 39 veces alegó tenerles respeto a sus interrogadores.

Sin embargo, rara vez se ha manifestado menos respeto en esa sala de comité. Philip Green hizo sus propias preguntas, mostró una actitud condescendiente con las mujeres, le dijo a un miembro del Parlamento que no se fijara tanto en él y a otro, que se veía más atractivo con anteojos.

Su próxima palabra favorita fue “culpa.” En el curso de su testimonio, Philip Green se negó a culpar a otros 21 veces. “No es mi estilo culpar a otros”, dijo mientras hacía precisamente eso a la misma vez.

Al meter el cuchillo, alababa a sus víctimas, hablando de una “periodista encantadora” o “es una dama encantadora”, mientras culpaba a la persona que administraba el fondo de pensiones de BHS.

Pero la frase más popular de todas era “No sé.” En el curso normal de los acontecimientos, los jefes ejecutivos nunca admiten no saber nada, por miedo a parecer débiles. Más bien, vacilan y lucen prepotentes y pretenden saberlo todo a todas horas.

Sin embargo, cuando uno es objeto de interrogación, no saber es lo más seguro. Lo que Philip Green no sabía la semana pasada no tenía límite. Pronunció la frase más de sesenta veces.

Entonces, ¿por qué decidió vivir en Mónaco? “Para ser honesto con ustedes, no lo sé. Alguien lo sugirió”. Ahí lo tienen: honradez, ignorancia y la culpabilidad de los demás.

Las palabras de Philip Green son apropiadas. Su sintaxis es magnífica. Pero las repeticiones dejan ver todo lo que se necesita saber sobre su carácter. ¿Y qué es?

Con el mayor respeto a Philip Green; es un hombre encantador y no es mi estilo mentir o ser grosera. Pero para ser perfectamente honesta (y sabiendo que nuestro abogado de libelos -y el suyo- va a leer esto), aquí está mi respuesta: no sé.

Lucy Kellaway,
Columnista del Financial Times.

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