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Cecilia López Montaño
análisis

La globalización de los pobres

El 2018, sin duda, será reconocido como el año en el cual la migración de millones de personas en el mundo se posicionó como el hecho más
importante.

Cecilia López Montaño
POR:
Cecilia López Montaño

La etapa que vive actualmente el capitalismo es sujeto de críticas en muchos aspectos. Uno de ellos lo señaló recientemente la revista The Economist: las consecuencias negativas que la gran concentración de la riqueza en pocas manos ha generado sobre la productividad mundial.

Además de ser verídico este señalamiento y sin negar su importancia, hay otros asuntos que vienen caracterizando la economía y que merecen atención. Uno de estos es que el 2018, sin duda, será reconocido como el año en el cual la migración de millones de personas en el mundo se posicionó como el hecho más importante y perturbador del esquema de desarrollo mundial que prevalece. A pesar de esta innegable realidad, aún no se ha definido claramente una de las principales características de este fenómeno. Lograr definir las características de este fenómeno, que conduce a serias y necesarias reflexiones de fondo sobre el tipo de modelo económico que predomina hoy en el mundo, puede ser el comienzo de un replanteamiento del esquema de desarrollo mundial.

Sin dejar de reconocer que muchos de estos flujos de personas obedecen, como siempre ha sido, al resultado de guerras internas y fracasos en el manejo económico de distintos gobiernos, el punto que merece especial atención es que, en general, lo que predomina es la realidad de que los pobres se están globalizando. En vista de que los gobiernos y la población de países ricos no entendieron su obligación de contribuir a la búsqueda de mayor equidad global, los pobres decidieron moverse a aquellas sociedades en las cuales la calidad de vida es superior a la que enfrentan en sus respectivos países. Es así, como los menos favorecidos buscan, por su cuenta, encontrar en su propia globalización la respuesta a su precaria situación.

Hace rato que los africanos emprendieron esta dolorosa ruta al desplazarse de forma masiva a Europa, con costos inmensos reflejados en pérdidas de vida, en destrucción de sus familias, de sus comunidades, entre otras. Se han enfrentado, además, a una profunda incomprensión de su realidad, y pocos países del continente más desarrollado del mundo han logrado enfrentar con solidaridad este fenómeno. Y cuando lo han hecho, como es el caso de Alemania, sus dirigentes han tenido que asumir altos costos políticos. En este punto de la historia, cabe preguntarse ¿hasta dónde estas nuevas realidades se han asociado a los procesos de colonización y sus efectos sobre muchos de los actuales países de donde provienen gran parte de los inmigrantes?

Este proceso que se veía lejano, nos llegó a América. Recientemente, en un foro de políticos provenientes de países centroamericanos, se escuchaba la realidad que vive México hoy, especialmente en sus zonas fronterizas con Estados Unidos. Inmigrantes de Centroamérica, de manera mucho más masiva que antes, se desplazan a norteamérica, la parte rica de este continente, y mientras Canadá abre sus puertas con un Primer Ministro joven y más consciente de su responsabilidad global, Estados Unidos, con la presidencia de Trump, muestra la peor cara posible a estos amplios sectores de inmigrantes de las sociedades pobres de América.

Aunque las razones pueden ser otras, lo que está sucediendo en Suramérica también, en el fondo, tienen un elemento de globalización de los pobres. Por ejemplo, hoy los venezolanos enfrentan una realidad difícil de comprender: la incapacidad de encontrar una salida digna a lo que vive Venezuela, tanto dentro de ese mismo país como por parte de la comunidad internacional. Primero salieron los venezolanos ricos, muchos a Miami y otras ciudades norteamericanas. Otros, que llegaron a Colombia, por ejemplo, fueron recibidos con bombos y platillos a pesar de no dejar siempre la mejor imagen, como sucedió con Pacific Rubiales; después o simultáneamente llegaron los profesionales, los cuales encontraron espacio para ejercer sus carreras y muchos han logrado destacarse. Pero, otra realidad se vive no solo en Colombia, sino en el resto de Suramérica, cuando los que migran son los venezolanos pobres. Hasta ahí llega la buena acogida.

Colombia, como principal receptor de esta migración –y como pasó para el resto del continente– se debate entre su obligación con estos hermanos que en su momento les abrieron sus puertas a nuestros ciudadanos pobres y los costos altos que implican para esta sociedad, que no vive sus mejores momentos, acogerlos. Si bien es cierto que los sistemas de salud y educación realizan grandes esfuerzos para incluirlos, hoy nos enfrentamos a brotes de xenofobia que deben ser analizados, evitando que se generalicen. Si esta situación se enmarca dentro de la globalización de los pobres, son los sectores más pudientes de nuestra sociedad los que deben abrir puertas. Solo para hacer memoria: en su momento, Venezuela fue una importante fuente de crecimiento y riqueza de la industria colombiana. ¿No es el momento, señores empresarios, de retribuir en algo lo que obtuvieron?

Llegó la hora de entender que globalizado el capital, las empresas, los productos y todo lo demás, este modelo de desarrollo, cuyo norte no ha sido la equidad, ha dado origen a que los pobres también se globalicen. ¿Está el mundo preparado para esta realidad?

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