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Brexit: los costos del populismo

No hace sentido llamar a elecciones o ampliar los plazos. Esto prolonga la indefinición, la cual está devastando los nervios.

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El paralelo entre lo que está ocurriendo en el Reino Unido, UK (todo el reino a pesar de que escoceses e irlandeses del norte no fueron tan insensatos como los ingleses) y lo que ha venido sucediendo en los Estados Unidos es preocupante como síntoma de los avances del tribalismo nacionalista en contra de la globalización.

Se trata de un conflicto entre, por una parte, lo que Marx llamaría la infraestructura económica, la globalización (que desde luego incluye también aspectos sociales y culturales), con su explosión masiva de redes comerciales, productivas, financieras y tecnológicas; y por otra, la superestructura política nacionalista; de esos que (como Marx también postuló) se resuelven a costos sociales altos en contra de la segunda.

Lo que no entienden los populistas de derecha ingleses es que esas redes no operan como se lo sueñan los economistas neoliberales, sin estructuras institucionales que regulan, organizan esas redes y así han facilitado la correspondiente explosión de los respectivos flujos.

Desde el punto de vista económico, la decisión debería ser muy sencilla: ¿si exceden los beneficios económicos del Brexit sus costos? Eso depende precisamente de que punto de vista se tiene sobre la globalización: es esta meramente esa explosión o está basada/imbricada en/con desarrollos institucionales y organizacionales (redes comerciales y productivas basadas en acuerdos, así como regulaciones financieras y redes cooperativas tecnológicas).

El costo monumental del Brexit es en términos de la destrucción de estas redes entre Inglaterra y la UE (así como el resto del mundo al retirarse de la segunda perdiendo todos los acuerdos logrados por esta en procesos de muchos años).

Pero, como su socio populista del otro lado del Atlántico, los populistas ingleses creen que retirándose de la Unión Europea pasarán a un planeador comercial productivo, financiero y tecnológico donde todo fluirá expeditamente, además porque (la mentalidad imperial frente a las colonias) todo el mundo está interesadísimo de beneficiarse de los intercambios con Inglaterra y correrá a aceptarle sus términos.

Es muy simple: el costo de esa des-organización es gigantescamente más grande (piénsese en todas las redes productiva y cadenas de valor de las multinacionales que dependen de un flujo expedito de partes e insumos, o que están en Reino Unido para exportar a la Unión Europea), también para los inocentes escoceses e irlandeses (incluidos los del sur pues ese desorden los afectará) que los innegables beneficios económicos (suspensión de los pagos a la Unión Europea y disposición de esos recursos) y políticos (manejo de fronteras, lo que con la crisis migratoria es significativo) de retirarse.

Pero se sienten humillados por lo que a sus socios continentales (con la excepción de los extremos nacionalistas en ellos) les parece fácil de entender: el simple principio de que para lograr una solución cooperativa que beneficie a todos hay que sacrificar el narcisismo nacionalista.

Ciertamente, como fue advertido por varios economistas (original y contundentemente por Rodrik) la globalización extrema carente de regulaciones que repartieran sus beneficios y la estabilizaran, necesariamente generaría una reacción nacionalista como la que destruyo la primera globalización (finales del XIX y principios del XX).

Ha generado la natural reacción de sus marginados, en el caso de Ingles del resto del país frente a Londres (al cual miran con razón como el beneficiario del status quo con las enormes ganancias inmobiliarias y financieras).

Con la derrota de la Primer Ministra, Theresa May, no quedan sino dos alternativas: un Brexit duro saliendo sin acuerdo o nuevo referendo. Los ‘Brexiteers’ ingleses no entienden como la Unión Europea tiene el atrevimiento de no plegarse a sus exigencias, como también lo cree el líder del Laborismo (J Colbyn, aunque realidad uno no sabe que posición adopta pues manteniene una ambigüedad oportunista característica).

Tampoco hace sentido la maniobra de este (llamar a elecciones) o la extensión de los plazos, ambas cosas prolongando en otros años la indefinición, la cual está devastando los nervios y la capacidad de planear de los empresarios, una incertidumbre que la economía básica señala como muy corrosiva de su actividad (empezando por la inversión, incluidas las redes productivas que son tan fundamentales en una economía globalizada).

Solo los ingleses, que pagan impuestos para sostener un clan de parásitos (escogidos por razones genéticas) para satisfacer su narcisismo nacionalista, se ponen ahora, por la misma razón, la soga al cuello con un absurdo como Brexit.

Ahora la derrota de la Primer Ministra, Theresa May los aboca al desastre de una salida de la Unión Europea sin acuerdo con esta. Complicado además porque una crisis política le abre paso al incompetente J Colbyn que con su característica desorientación insiste en que el obtendría, claramente imposibles, mejores términos.

Ricardo Chica
Consultor Desarrollo Económico

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